viernes, mayo 3, 2024
    Desvariaciones sobre la joroba humana

    Felipe de Jesús Saavedra Martínez

     

    Mi joroba comenzó siendo una estrategia defensiva. Mi pecho es ancho y era demasiado tentador para los bullys de la secundaria pública a la que me tocó ir. Al encorvarme era menos vulnerable a los pellizcadas de pezones y pierrotasos que se intercambiaban entres los pubertos de secundaria. Sin embargo, la crueldad adolescente es maleable y se adapta para herir de forma más creativa. Tuve suerte en la rifa de apodos pues me tocó uno demasiado rebuscado y propio en comparación a la serie de apodos posibles para un jorobado. Como siempre usaba gorra y una chamarra verde me apodaban Franklin, por una tortuga antropomórfica que protagonizaba una caricatura. Era como el primo del campo y ñoño de las tortugas ninja. Con el tiempo se aburrieron, el apodo se fue, pero la costumbre de encorvarse se quedó. Eran más crueles las canciones que le cantaban a los chichones. 

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    Los intentos por desbastar la curvatura de mi espina han sido un fracaso. Usar la faja que me regaló mi madre, que mi pareja se suba en mi espalda para intentar enderezarme con su peso, estirarme cada que pase el compañero de oficina que me da un golpe juguetón en la giba cuando  pasa al baño, mi padre diciéndome que no me jorobe tanto en la computara mientras me pica con una manita de madera que usa para rascar su espalda igual de abultada que la mía; nada funciona. Esta joroba es feroz. 

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    A veces siento que los que me dicen que me enderece son los mismos que te dirían “ya no estés triste” cuando les hablas de depresión.

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    Los estereotipos de jorobados naturales tienden a ser almas inocentes a merced del juicio de la sociedad como lo son las versiones de Cuasimodo. La película de Disney lleva a cuestas el romanticismo musicalizado a punto de coma diabético con su inocencia monástica. En la versión original, el Cuasimodo de Víctor Hugo, la deformidad es una vía de comunión eclesiástica donde el cuerpo del deforme es masacrado por los infortunios de su sociedad y sus huesos se hacen polvo al tratar de separarlos de los de su amada. 

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    Técnicamente no soy jorobado. Siendo fieles a la fisiología animal las jorobas son exclusivas de algunos animales como las llamas, cachalotes, cerdos, orcas, vacas, ballenas, camellos y dromedarios. En estos la joroba es una acumulación de grasa producto de adaptaciones fisiológicas para regular el calor en su cuerpo y sobrevivir las inclemencias del clima. En un humano la gibosidad debería ser propiamente llamada “corcova” y es considerado más una deformidad que una adaptación. ¿Si fuera camello me preocuparía más mantener voluminosa mi espalda en lugar de tener que invertir el sueldo de medio mes en una silla ergonómica para disminuir la inclinación crónica de espalda?

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    Me pregunto si es que los dolores de espalda se limitan a la especie humana en su vida doméstica. Nos aferramos a mantener erguida y apoyada en solo dos piernas una columna que otros homínidos sabiamente descansan en cuatro puntos. Quizás la curvatura es la manifestación de la nostalgia del primate cuadrúpedo por una vida más unida al suelo y su vegetación. No lo sé, pero es verdad que me siento menos deforme cuando en alguna excursión a campo abierto tengo que apoyar las manos en las rocas o árboles para no caerme.

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    Poco después de que mi madre me contara que meses antes de concebirme tuvo un aborto, debido a un embarazo ectópico, soñé que de mi espalda salía un cordón de carne que me conectaba a un embrión de piel enrojecida. Este nonato me decía que no me asustara, que yo era como su hermano menor. Al despertar sudando en mi cama algunas vértebras me dolían.  

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    Tal vez, al igual que los dinosaurios en la película de Jurassic Park, la joroba humana encuentre su camino en la naturaleza. Sería interesante investigar si la falta de carácter para erguirse se transfiere horizontal o verticalmente. Si es que tanta hora nalga en el scroll de redes sociales o mirando pantallas de computadora inducen cambios en el ADN de los explotados. Me gusta especular que ya sea por genética o epigenética los tataranietos de nuestros nietos nacerán con cuerpos mutantes dotados con espinas dorsales más torcidas que un cheto repleto de glutamato monosódico.

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    El escritor y astrónomo alemán Georg Lichtenberg apuntó en uno de sus aforismos que la escoliosis permite tener el corazón por lo menos un pie más cerca de la cabeza que el resto de las personas. De allí su enorme equidad, y que sus decisiones podían ser ratificadas cuando todavía están calientes. Gracias al invento del telescopio los deformes de pensamientos cálidos como Lichtenberg podemos mirar el cielo sin lastimarnos tanto el cuello. 

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    Si creyera en la evolución lamarckiana a diario me dedicaría a fortalecer mi espalda curvada practicando rodadas olímpicas en mi colchón roñoso. Para que el Homo corcovado del año 2999 pueda regresar fácilmente a la vida mamífera inferior sobre el arbolado salvaje que los últimos magnates Homo sapiens de espina recta no lograron aniquilar antes de abandonarnos a morir en la tierra ardiente. ¡Jorobados del post capitalismo, uníos!

     


     

    Felipe de Jesús Saavedra Martínez. (Estado de México 1993). Egresado de la licenciatura de Biotecnología Genómica UANL y autodidacta en ciencia ficción. Tiene la hipótesis de que la vida es una metaficción escrita por células. Trabajó en un museo divulgando ciencia y fue becario en el Centro de Escritura Creativa de la UANL (219), donde desarrolló un libro de ensayos híbridos entre la literatura y la ciencia. El libro se titula Transcriptoma, donde intenta encontrar lo biológico en lo literario y lo literario en lo biológico. Ganador del certamen de Literatura Joven UANL 2020 con un cuento titulado Blue Ranger.  Textos suyos pueden leerse en la antología Ellipsis 2019, la antología Ab animalibus editado por ENE y en la antología La presencia lunar editado por la UANL. Le gusta ir al parque a mirar árboles y escuchar cigarras.

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