lunes, abril 29, 2024
    Marina Perezagua y Valeria Luiselli: La ficción desbaratada

    Coral Aguirre

     

     

    La diosa tan codiciada de la fama tiene muchos aspectos y se presenta de muchas maneras

    y en distintas dimensiones, desde la notoriedad pasajera en las cubiertas de un semanario

    hasta el esplendor de un nombre duradero.

    Hannah Arendt

    …porque de lo real y lo imaginario está tramada la vida. La creación no es un juego ocioso:

    Todo hecho esconde una secreta elocuencia, y hay que apretarlo con pasión para que suelte 

    su jugo jeroglífico.

    Alfonso Reyes

     

    Es una obviedad que lo que cambia en realidad en ese género llamado novela cuya acepción tuvo los embates del romance, del cuento y otras muchas formas hasta la sátira en verso o la prosa lanzada como un largo canto, sea la forma en que se implementa la narración. Novela de caballería, novela burguesa y realista, novela negra o rosa, mágica o fantástica, novela de no-ficción, sus notables transformaciones tienen que ver con la época y el pensamiento donde fueron engendradas. Así el psicoanálisis se mezcla con la corriente de conciencia y Proust parece más Freud que otra cosa mientras Joyce entre esa disciplina y el hiperrealismo modifica el género y se lleva las palmas. En este devenir, la novela cambia de cara a cada rato y de la roman à clef por nombrar algún tipo, se ha pasado a determinaciones más claras como la novela histórica, el metarrelato, la novela de tesis, la novela actual que mezcla ficción y crónica policial, Historia con historia, y alcanza su cenit nombrada en sí misma por sus autores, la novela criminal, la novela de Lacan; hasta devenir un amasijo de supuestos en el seno de lo cual se debaten nuestros tiempos y filosofías, modos de ver, pensar y vivir la colosal desventura de nuestras violencias cotidianas, políticas, sociales e históricas, sin olvidar las geografías donde se yerguen por antonomasia los límites, los bordes, las aduanas, los muros. 

    Dos novelas han venido a visitarme en estos últimos años que he leído con rabia y goce, con sobresalto y lealtad. No he evitado una sola línea de ambas y tengo para con ellas un sentimiento de rechazo y euforia que es lo que me ha permitido el ejercicio de estas líneas más impresión que crítica. Primera salvedad: siento que la humanidad tal como la conoció mi generación a través de este género ha dejado de prevalecer en una de ellas.

    Se trata de Seis formas de morir en Texas (2019) de Marina Perezagua (1978) nacida en Sevilla. Perezagua es una brillante novelista que ha despertado admiración y asombro. La novela que enfocamos trata de las peripecias de un corazón trasplantado de un continente a otro y cuya odisea pone en contacto personas de diversas culturas y lenguajes, donde el objetivo es regresar el corazón a su tierra natal y entre los suyos porque de otro modo el dueño del corazón en tránsito no hallaría descanso según la ley budista. Sin embargo, lo que subyace e interesa a su autora no es la historia de la estructura superficial sino lo que oculta, esto es, la criminal venta de órganos con todo el horror que para las víctimas de tal despojo, conlleva. La trama que propone para ello es compleja, a veces demasiado artificiosa pero su discurso literario es impecable. Es precisa, cruel y no le evita al lector/a ninguna atrocidad. Sus personajes son los más inauditos, a veces increíbles pero muy bien manufacturados en su lógica propia. La materia que trata la ha estudiado e investigado con rigor.

    Desierto sonoro, también editada en 2019, cuya autora mexicana Valeria Luiselli (1983) escribe y reside en EUA. Más aún, ella la realiza en inglés y la misma está traducida al español no por ella, pero sí bajo su vigilante cuidado.

    Dice Kundera que: “La novela no es una confesión del autor sino una exploración de lo que es la vida humana en la trampa en que hoy se ha convertido el mundo”. Valeria Luiselli parece corroborarlo con su novela-diario de viaje, lo cual es un lugar común en la literatura occidental desde Homero hasta nuestros días, así como para muchos escritores americanos como Steinbeck, Miller, Kerouac. En ella, la escritora aborda un fragmento de la vida de un matrimonio en un viaje de investigación desde Nueva York hasta Arizona. Al igual que en la obra de Perezagua, la anécdota, el viaje de sus cuatro integrantes, madre, padre y niño y niña y sus descubrimientos ocultan y revelan al mismo tiempo el tema de su autora: los niños perdidos de la migración y su lenta desaparición a través del engranaje criminal de las instituciones que dan asilo en Norteamérica.

    Hay algo en ambas novelas que infunde interés en el sentido de dar a conocer aquello que por inercia, descuido, falta de curiosidad o sencilla ineficiencia, se nos oculta. Y ello es una de las cualidades que más aprecio en las dos. En Desierto sonoro, la gesta del indio Gerónimo desconocida para nuestros jóvenes actuales y su batalla final, así como el destino de los niños perdidos que no es otra cosa que su desaparición en senderos inextricables y secretos, son dos instancias paralelas: el viaje final de Gerónimo, el viaje final de esos niños.  

    Por su parte, Perezagua se obstina en la pintura de los actos más horrorosos de los seres humanos de nuestra época que, llegado al cenit de la ciencia actual (sin imaginar lo que vendrá), intercambian órganos como los niños intercambian caramelos, en la trata de organismos vivos más feroz de lo que se tenga conocido. Páginas y páginas de Marina que son un verdadero suplicio para aquel lector que no se arredra y sigue leyendo. Y sin embargo con un discurso literario de gran perfección que atrae y provoca.

    Dice Hermann Broch que el único fin de la novela es brindar conocimiento y que aquella que no agrega nada es inmoral. Pues aquí la inmoralidad reside en lo que somos capaces de realizar con fines utilitarios lo cual lleva a esta novela a los bordes de la obscenidad. Y cumple la sentencia de Broch en la medida en que con una minuciosidad por momentos insoportable describe y revela la aterradora crueldad de nuestro presente.  

    Así una y otra novela testimonian sobre la moral de sus escritoras dándonos a conocer con pelos y señales saberes que de forma espontánea quisiéramos eludir. 

    La trama, compleja en la española, cumple el objetivo de mantener el interés del lector o lectora no importa cuán artificiosa resulte; y se vuelve mucho más sencilla en la mexicana, puesto que se trata de un diario de viaje. En este caso, se lee por placer y por interés del tema no de la fábula puesto que no hay tal o sólo adquiere el perfil de fábula sobre el final cuando los niños del matrimonio deciden viajar por su cuenta. 

    Perezagua traza una conexión de tiempo y espacio que favorece el discurso literario a través de las voces heterogéneas que se interconectan y la estrategia de la literatura epistolar. No obstante ninguno de sus personajes son caracteres orgánicos sino más bien artefactos que la misma escritora manipula. Este es el caso sobre todo de Robin, la muchacha ciega que da lugar a la imbricación de las voces y las situaciones, a veces mejor logradas, otras sólo apuntadas por su eficacia narrativa. Ella une y reúne los hilos de la trama, alojada en el famoso corredor que es camino de la muerte en Estados Unidos. El paso para la condenación a la cámara de gas o la silla eléctrica. A través de su voz, nos vinculamos al sentir e interés mayor de su autora. En realidad poco creíble puesto que dudamos que una niña ciega a partir de los seis años y en prisión a partir de su adolescencia, pueda abordar, discutir, especializarse y definir tantísimos temas que no conoce en la realidad

    También Luiselli utiliza a sus personajes para hacer oír su propia voz, puesto que hay un yo narrativo, un yo autoral que diseña el viaje, describe su entorno, su familia, sus sentimientos y los paisajes que van sucediéndose, noche y día, motel y parada, preocupación de adelantar las respectivas investigaciones de su compañero y ella, y mucho más que resulta entretenido, curioso, y que el-la lector/a sigue con cierto placer a causa de las ocurrencias de los niños, el humor del relato, la ternura diseminada de algún modo en la palabra, la acción, y el gesto de la familia en viaje hacia el sur. 

    En el caso de Marina Perezagua no hay ternura, vale decir no hay contraste. Todo se mueve en la penumbra, metáfora o no, del corredor de la muerte. Aquí la autora nos prueba que ella ya forma parte de un nuevo ciclo de escritores donde el humanismo que ha impreso su índole a nuestro arte y obras, se hunde como el sol en el horizonte. Ella escribe desde ese horizonte de sombras en donde está por verse si las nuevas generaciones serán humanas u otra cosa. 

    Valeria Luiselli nos pertenece todavía, en Desierto sonoro su matrimonio define los de aquí y ahora, sus hijos son nuestros hijos, aunque se lamenta esa última parte en donde el relato del niño que ha reemplazado a la madre que narra se vuelve tan semejante a la voz de la madre y es difícil reconocerlo en su lenguaje, acaso sí en sus ocurrencias.  Ese no es un niño que dice lo suyo sino más bien un niño que también él apunta a lo que vendrá, o los que vendrán, que es lo mismo.  

    La decisión de la autora no está gobernada por reglas ya establecidas propias del género sino que parece investigarlas a través de su escritura, viajar por la espalda de la carretera como si fuera el hilo conductor del relato que rompe en la medida en que va desbaratando la tradición épica, lo cual es muy seductor.

    Por su parte, Marina Perezagua decide soslayar la narración de ficción, la novela que sólo cuenta una historia que puede imbricarse en varias más y cerrarse en sí misma, para confirmar en notas al final del libro que en realidad se trata de un estudio específico donde la anécdota es el pretexto para, según esas mismas notas, hacernos saber su puntual investigación: “Nota 16 Los testimonios referidos en estas páginas se corresponden con diversos documentos así con como con las investigaciones de Wang Ziyuan, David, Matas, David Kilgour y Ethan Gutmann” Las notas son 30 y todas ellas subrayan la veracidad o bien los datos duros que dieron lugar a la fábula. Nada de ello desmedra la excelencia de la novela. 

    Valeria Luiselli crea una cartografía con siete cajas, cuatro para cada uno de los integrantes del viaje y tres más supuestamente para lo que se ofreciere, intempestivo o contingente. Y un apéndice Huellas que contiene bien enumerados los ecos del desierto y documentos fotográficos de la caja VII. 

    Su obra, sin duda, es poética, donde la imaginación teje encajes de esperanza y dolor, alegrías y melancolía. Lo cual permite advertir su carácter ambiguo y la lectura que abre a cada horizonte personal. Sin dejar de señalar que, en ausencia de una historia, la historia es el viaje con sus ecos y murmullos, y se vuelve monótona como el mismo viaje por el cual circulan sus personajes. Hasta cierto momento en que las vidas de dos niños burgueses, se mezcla con la vida de siete desarrapados lanzados al mundo sin la menor garantía de sobrevivencia. 

    Mención aparte merece la rara intertextualidad que decide para sus Elegías, escrituras que se apartan del núcleo del viaje para elaborar otro viaje paralelo, metafísico, fantástico, o según cómo lo perciba el destinatario, donde incluye textos de famosos escritores puntualmente señalados en la coda. Y asimismo el material visual de esta última sección donde pareciera que las mismas huellas de su obra se diluyen lentamente al igual que los niños perdidos en el desierto.

    No obstante, lo más curioso de todo ello es que llegada a este punto decido abrir internet para curiosear respecto de cómo leen los críticos y la diversidad de lectores especializados, dos novelas hechas con procedimientos que de alguna manera corresponden a todos los discursos y procedimientos posmodernos. A su vista me salta por asociación el concepto de campo cultural de Pierre Bourdieu. Flagrante en el caso de Luiselli donde la relación crítica se reduce a la distribución de los ejemplares, su precio, rebajas, envíos, formas de obtenerlos con mayores facilidades. La pura mercancía donde las autoras parecen estar en venta.

    Se ha impuesto sobre ellas un valor que yo no había previsto: el de objeto de consumo. Lo que predomina en el campo cultural es su capital. Y su éxito o fracaso depende de la publicidad que se les haga, de la facilidad para obtener el producto, de los arreglos sobre el precio de la edición, no de su valor simbólico. Su afán de originalidad y experimentación a la par de sus denuncias ha sido desbordado por el producto ofrecido al consumidor. Lo cual me lleva a reflexionar sobre quiénes leerán estas obras pasada su efervescencia como lo hacemos con Rulfo o Borges, Lispector o Inés Arredondo.

    Confieso que en mi caso lo que me queda de Luiselli y Perezagua no es el horror que ejercita esta última en los detalles de nuestras depredaciones, o la nostalgia con que se recuerda algún otro mundo en el pasado de la primera, sino la descripción del silencio, silencio inaudito y absoluto (oscuridad, soledades, muerte) por parte de Marina y las reverberaciones sonoras de la marcha letal de los niños perdidos en el desierto, de Valeria.

     


    Coral Aguirre (Argentina, 1938). Es una artista de larga trayectoria y con reconocimientos nacionales e internacionales en varias disciplinas. Ha sido música, actriz de teatro, directora de teatro y dramaturga; actualmente su trabajo se centra en el ensayo, el cuento y la novela. De origen argentino, inició en aquellas latitudes su primer oficio como música de orquesta y pronto eligió el teatro como herramienta de combate, castigo por el cual su grupo, Teatro Alianza, fue objetivo del Terrorismo de Estado, de la persecución, desaparición, prisión y asesinato, tras lo cual el exilio en Europa y finalmente en México se convierten en el destino de Coral. En 1988 es invitada como promotora cultural al coloquio La dimensión del desarrollo cultural en América Latina, que se realizó en Ciudad Victoria Tamaulipas auspiciado por la SEP. Durante ese lapso La cruz en el espejo, texto dramático sobre Sor Juana Inés que obtiene el Premio Nacional de las Artes en Argentina y es publicado, obra presentada posteriormente por Guillermo Samperio a la sazón subdirector de Bellas Artes junto a Víctor Rascón Banda, Héctor Azar y Tomás Urtusástegui. En 1989 escribe sobre un cuento de Marguerite Yourcenar El inútil combate, un texto dramático que obtiene las críticas más auspiciosas por parte de Sabina Berman, Bruno Bert y Víctor Hugo Rascón Banda. A partir de allí comienza a escribir cuentos explorando las migraciones, la trashumancia, la violencia, la pobreza y desolación de los pueblos, pero también  sobre una suerte de fineza (en términos de Sor Juana) y una calidez que nunca antes había conocido.

    Dice el crítico norteño Roberto Kaput: Coral Aguirre inauguró entre nosotros la novela de la posmemoria, una de las últimas manifestaciones de la novela política en América latina. En la trilogía de la memoria (Los últimos rostros, El resplandor de la memoria y Una patria aparte) reconstruye entre generaciones los últimos 50 años de la región, de la frontera norte de México a la Patagonia. (…) Con ello, la autora vuelve a poner en circulación la memoria de una generación de proscritos. Las novelas de Aguirre nos conectan con la memoria latinoamericana reciente y con la tradición de narradores del Río de la Plata…”

    Finalmente, soy del sur cuya frontera es el Río Bravo, en esa parte del desierto donde no crecen violines ni mariposas pero donde muchos como yo se obstinan en el milagro de la escritura.  

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