En lugar de nariz le nació un brote de página: leía al
borde de la devoción.
El Universo es en estantes.
Todos saben
que yo sólo abrigo sentimientos
bibliográficos;
por usted
no hace falta que exista una palabra
donde antes había un río.
La cantante con bata blanca que reserva su voz
—excepto cuando hay cómic y manga de por medio—
repasa entre pasillos
la función de la válvula tricúspide,
se preocupa con susurro de ventana.
Este es su cada lugar, su cada quien
su aroma
su día
su teclado.
Medianamente feliz
el dedo corre medio maratón entre renglones:
hace del salto una pregunta,
salta las charcas de la fe.
Y la mañana da otra vuelta a la hoja del libro-
semana
como quien no quiere la cosa.
En el jardín
la estación tiene un índice de hojas;
luego, la estación tiene un índice de frutos.
Es la hora en la que su empeño les cumple nuevos
Logros
a ella, la que ensaya respuestas del mundo en
acrílico,
y a aquella otra, la de invisible acento de
metapiano.
El ex-músico de jazz sincasa,
quiere dormir apilando los instintos
hasta que caigan las respuestas de una sola voz.
Un corazón de biblioteca tiene cada quien,
cuando abriga una ciudad de preguntas dentro.
El sol sobre las lámparas arroja luz
como arrojaría ternura de metal.
Si el botón coopera en dirección al tema
se abrirá el ascensor y en el cuarto piso
saldrán ahora aquellos dos de la carriola,
y el otro, el de la mochila con versos.
Había una vez hace mucho, mucho tiempo,
unos que vivieron felices para siempre.
Avedoy, T. Anti-Dewey (notas de campo). Monterrey: UANL; pp.45-47
Comentarios recientes