miércoles, octubre 9, 2024
    Anaïs Nin y la continuidad del amor en/por la escritura
    [Plumas al vuelo]

    Jessica Nieto

    Cuando pienso en escrituras vitales, cotidianas pero apasionantes, pienso en Anaïs Nin pensando en su escritura. La imagino en su estudio de Louveciennes con las diversas versiones de su diario ante ella: la original –sin censura ni enmiendas–, la corregida, y la editada. La primera versión para ella, la de la sexualidad desaforada, complacida y complaciente; la segunda versión para sus amantes, que también eran sus lectores y caían fascinados ante la mujer y su escritura; la tercera versión para Hugh, su marido, y las editoriales. Nadie más que ella sabía los niveles de ficción alcanzados en la narración de su día a día. En una de las entradas admite que podría haberse estado mintiendo de manera consciente pensando en las posibilidades narrativas de un diario y en sus propias capacidades como escritora. Considerando que esta confesión se la hace a sí misma en su diario original, es de esperar que las otras versiones sean todavía más ficción que la ficción primigenia.

    ¿Pero dónde empieza realmente la mentira, la ficción? ¿Dónde la escritura se desdobla en posibilidades infinitas? De nuevo imagino a Anaïs enfundada en su bata con la pluma entre los labios maquinando la continuidad de sus historias. A fin de cuentas, un diario, antes y ahora –aunque ahora las redes sociales de alguna manera fungen como nuestras bitácoras personales, nuestros diarios– es un ejercicio de reinterpretación de la vida, porque se escribe en él ya pasado el tiempo, horas, días después, cuando ya se ha tenido oportunidad de reflexionar; incluso mientras se escribe los ánimos se van sosegando. No es el registro del día sino su impresión, la forma en que lo ocurrido nos afecta. Al reescribir su diario, Anaïs simplemente va puliendo dicha impresión, pero al hacerlo se va alejando de ésta. Mientras, van sucediéndose nuevas impresiones que modifican las anteriores. Nada queda intacto y eso es lo que Anaïs comprende mejor que nadie, al menos mejor que todas las personas que la rodean, en particular todos esos hombres y esas mujeres que la aman y sobre quienes escribe. En las relaciones que mantiene con sus amantes se encuentra latente la semilla de la escritura y, al mismo tiempo, el fantasma de la alteración, aquel que genera espacios por donde se gesta la ruptura, la separación.

    Nada queda intacto entre los lapsos que median entre impresión e impresión, porque en esos momentos la escritura sucede. Quizás no lo parezca, pero para Anaïs los momentos de separación, los cuales implican un silencio narrativo, son terribles, más cuando se trata de Henry Miller. Hay una parte, en agosto de 1935, donde escribe: “No creo lo suficiente en mi intimidad con Henry porque no tiene continuidad. Hay veces en que pienso que ha muerto en los intervalos que no nos vemos. No confío en la distancia ni en el tiempo”. El tiempo y la distancia son los factores de la tergiversación, los mismos que alteran la impresión del día. Los mismos que mellan la unión de los amantes. Anaïs lo que procura es, precisamente, la continuidad. No pretende una vida dispersa –que conlleva una escritura de hojas sueltas–, como tampoco le interesa estar con Henry de manera esporádica. Y digo Henry y no Otto Rank, o Allendy o Artaud o cualquier otro porque Henry era el más constante a pesar de los intervalos que pasaban separados, y porque Henry movía la escritura de Anaïs. La ficción que circunda a los diarios, ese afán de reescribir, de darle movimiento a la impresión primigenia, es la obsesión de Anaïs por trascender su estigma de “la chica brillante que lleva un diario”.

    En otra de las entradas se escribe a sí misma que acepta no ser artista ni escritora, sino sólo la anotadora de un diario, y que este será su único trabajo que valga algo. Por eso va en contra de la distancia y el tiempo, por eso lucha por mantener la continuidad, la de su escritura y la de sus relaciones. Ella lo dice mucho mejor al referirse a la dinámica con su marido: “La ternura puede a veces alcanzar las cimas del amor y así ocurre entre Hugh y yo. Su misma continuidad y solidez dan lugar al amor”. Esa ternura es la que fluye por las páginas de los numerosos diarios de Anaïs, esa voluntad de crear y recrearse, de escribir, de satisfacerse; ternura que extiende a los cuerpos de sus amantes, con tal de no detener la escritura, con tal de alcanzar el amor.

     


     

    Jessica Nieto. (Monterrey, 1982). Editora, ensayista y aspirante a calígrafa. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León en 2010. Ha publicado el libro Metal de la voz. Ensayos en torno a la escritura literaria (Ediciones Intempestivas, 2011).