martes, octubre 15, 2024
    Los motivos de la gata negra: Entrevista con Lucía Yépez

    Guillermo Jaramillo

     

    Con una compilación de su trabajo poético bajo el brazo, Lucía Yépez se erige como la Matrona de la poesía erótica regiomontana y un referente para todo aquel que se pregunte si escribir poesía vale la pena.

    La palabra nos habita desde el amanecer de nuestra vida hasta que la luz se apaga. Leer la poesía de Lucía Yépez (1941, Ciudad de México) es un acto de fe. Escuchar a Lucía en vivo, lo completa. A sus 78 años, la poeta portadora del gen erótico acaba de publicar un libro con Homo Scriptum en donde reúne gran parte de su trabajo poético.

    Bajo el título Las palabras no saben morder el polvo, Yépez compila sus libros Con cicatrices pero a salvo, Raíz de gata negra, Nosotros los malditos y el resto, A media noche sólo los perros esperan y Mañana no sabemos, y con ello se afianza como una de las voces más sólidas de la poesía regiomontana.

    La palabra, esa persistencia de humanidad. La palabra, viajando a través de la galaxia contenida en aquel disco de música ecléctica titulado The Voyager Golden Record, lanzado por la NASA en 1977 al espacio exterior, con la esperanza de compartirle a los extraterrestres algunos de los sonidos más destacados del planeta Tierra. Llantos de bebés, cantos de ballenas, Amadeus Mozart, Louis Armstrong, entre otras expresiones contiene esa cinta que viaja sobre todos nosotros ¿y la poesía? No cabe duda que un acto como el llevado a cabo por los norteamericanos es en sí un acto poético.

    La poesía, esa cicatriz abierta

    ¿Por qué volvemos a un mismo tema? Será la búsqueda de vértigo que causa ese retorno. Habría que preguntarle a Keith Richards de The Rolling Stones, qué fue lo que lo animó a trepar a una palmera en Fidji a sus 62 años. Se rumora que Richards se encontraba junto a otro Stone, Ron Wood, y ambos competían por hacerse con un coco. Viendo el caso de estos rockeros, padres del escándalo –no son llamados Their Satanic Majesties porque sí–¿acaso no es el vértigo lo que los llama?

    En Yépez esa constante es el erotismo. Conocí la poesía de Lucía al cursar la preparatoria. En la reparatoria 15 Florida, los libros consistían en grandes compilaciones de temas engrapados industrialmente y el referente a literatura contenía autores locales que llegaría a conocer personalmente con el tiempo. Ahí leí mis primeros versos de Yépez y vibré. Si lo recuerdo bien, algo detrás de la nunca contenía una vibración curiosa al leer su poesía. Mi encuentro con la autora se llevó a cabo algunos años después, pues ya matriculado en la Facultad de Filosofía y Letras, buscaba no perderme las muchas tertulias literarias que por aquel entonces se concentraban en el centro de Monterrey, me refiero por ejemplo a Versos Veraniegos, ciclo de poesía llevado a cabo en la Galería Regia, ubicada en pleno Barrio Antiguo. Entonces la escuché recitar y toda aquella vibración llegó a su calma.

    Si bien existe una honda tradición en la poesía erótica –prácticamente en toda velada literaria habrá versos húmedos– Yépez se erige como la representante número uno del género en Monterrey.

    La raíz de la gata

    En su niñez, Yépez se encontró con un libro que cambiaría su perspectiva de vida y la empujaría de lleno a la poesía:

    “Las mujeres aprendemos a hablar antes que los hombres. Ya desde chiquitas estamos marcadas por la palabra. Cuando yo iba a la escuela, los libros se compraban. Hay un libro que se llamaba Rosas de la infancia, de María Enriqueta. Había un cuento referente a un perro. Me marcó mucho la manera que tenía de utilizar las palabras, de unirlas, hacerlas sentir dentro de uno. Esas palabras se podían sentir, se podían comer, oler y me marcó toda la vida”, comentó en entrevista Yépez.

    Esa fue la raíz de la gata negra, que empujando bajo la dermis brotó hasta convertirla en Licenciada en Letras Españolas y Artes. Realizó un Diplomado en Letras en la Escuela de Escritores de Nuevo León incorporada a la Sociedad General de Escritores de México SOGEM. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León CONARTE 1999-2000. Obtuvo el Premio Celedonio Junco de la Vega del Instituto de Seguridad y Servicios Social de los Trabajadores del Estado ISSSTE 1994, el Premio Álica de Nayarit 1995 y el Premio de Literatura de Nuevo León 1998, por mencionar algunos de sus logros.

    La insignia del maldito

    En el sinuoso y largo camino de la palabra, Yépez se siente bendecida y maldita poéticamente. Y es esa maldición la que hace recordar lo referido por el también poeta Eduardo Zambrano hace algunos años en una entrevista. No recuerdo si Zambrano presentaba El fortín del solitario o Las insignias de la sed, pero señaló que la poesía se emparentaba un poco con el arte taurino. Eduardo dijo –parafraseo– que el poeta, al igual que el torero, al principio tiene que parecerlo. Pasados los años, el oficio se vuelve parte de uno mismo, y entonces se padece de él. Amor y odio, eros vs thanatos.

    “Yo creo que son las dos cosas. Una maldición porque no puedo separarme de ella, porque la traigo amarrada, la traigo dentro del alma, siento que nací para ello. Al mismo tiempo es una bendición porque al escribirla, hacer que las palabras suenen, que te enamoren, te apasionen, es una bendición”, mencionó.

    El amor violento

    A media noche sólo los perros ladran, es el título de un libro de poemas de Yépez ¿a quién ladran esos perros?¿A la luna o al ladrón furtivo que nos roba tiempo, futuro, esperanza en esta ciudad? Objeción de conciencia, amenazas con alzar las tarifas del transporte, ley antiaborto, clasismo, discriminación, odio, petulancia son algunas de las características de la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey.

    “Mis perros le ladran a la violencia, esa violencia que también existe en el amor. También somos violentos al amar cuando rasguñamos una espalda, cuando mordemos un brazo. Mis perros le ladran a esa violencia que existe en todas partes, en la calle, en la noche, dentro de las familias, mis perros son violentos, la violencia vive también conmigo”, detalló.

    Ahora mismo, el gen del erotismo busca ser controlado en Yépez, pues se ha impuesto la tarea de escribir poemas exentos de carnalidad. Confiesa batallar duramente con el paquete, pero esto es suficiente para saber que habrá más Lucía Yépez para rato, ya que mañana no sabemos.

    Cuando una ciudad como Monterrey se habita por voces como la de Lucía Yépez, es preciso salir corriendo a difundir su obra entre los jóvenes, entre los médicos, entre todos aquellos abogados litigantes que amparan al desvalido, al deseoso de cuidados. La poesía de Yépez bien puede abanderar una marcha por los derechos de los oprimidos. Bien su voz puede decir a las muchachas que no están solas. Ella que ve en la sangre la insignia más propia del ser humano, del que palpita desde el interior propio. Y a todo eso le canta Yépez, como la gata que por la noche observa el abismo desde los tejados.

    De A media noche sólo los perros esperan:

    “Y qué va a ser de los amantes”


    Tan abrazados
    calientes como recién
    nacidos
    los amantes
    buscan
    la luz
    para habitarse
    abiertas
    flores del trópico
    contarán su historia
    juntando sus vientres

     

    “Magnum 357”


    Con una magnum 357
    y un proyectil marcado con tu nombre (todo es a matar)
    acezante (¿quién está a salvo y seguro?)
    acecho (este miedo y este duelo profundo ¿y este duelo?)
    no puedes ocultarte
    una bala perforará tu vientre
    y con un temblor de perros interiores
    un río caliente de muy adentro (vino encarnado de tu sangre)
    enrojecerá tu pelvis

     


     

    Guillermo Jaramillo Torres. (Guadalupe, Nuevo León, 1984). Ha publicado tres libros de poesía: Algo suena a una mujer que se va de casa (UANL / Col Verso Vlanco, 2010), Canciones para las muchachas tristes (An.alfa.beta, 2013) Menta (Poetazos, 2014) y Rojo (Ínsula, UANL, 2019). Ha ejercido periodismo en El Porvenir, Milenio Diario, El Horizonte, El Guardián de Saltillo. Actualmente sus artículos aparecen en Vida Universitaria, de la UANL. El libro de crónicas Las reinas también somos gente normal, coordinado por el poeta Luis Aguilar, contiene un texto suyo. Lidera el proyecto musical Banda Tonayán, donde interpreta todos los instrumentos, pues considera la música un lenguaje que nunca pierde la memoria. Actualmente se encuentra realizando un posgrado en literatura en la UNAM, teniendo como proyecto de investigación al corrido como estrategia didáctica en la prevención de la violencia en la Educación Media Superior.