Victoria Guerrero Peirano
¿Qué significa existir en el campo literario?
En realidad, una podría decir que no le interesa esa existencia en la medida en que hay que entregar algo para que ella sea posible. Y, sin embargo, hartas de esa suerte de desprecio o mirada condescenciente, decidimos que era necesario habitarlo para las que quieren, para las que sienten que es de justicia hacerlo, porque, si hay algo que se nos ha quitado, es, efectivamente, leer a las que nos precedieron. Para poder leerlas, hemos tenido que investigar, ir hacia atrás y traerlas al presente, revalorarlas, estudiarlas, crear nuestro propio canon. Mientras tanto, ellos dictaban la agenda, sacudían el espacio público, libraban sus pugnas en el campo literario y celebraban sus parricidios, y se mostraban en cualquier presentación, librería, catálogo y bibliografía. Y nosotras, aves raras, recibíamos, leíamos, aprendíamos, nos sabíamos cada nombre y apellido, pero nunca éramos el centro. En la universidad, los libros de las escritoras eran menospreciados.
Evidentemente, ser escritora tiene poco que ver con la fama, pero sí con el reconocimiento de una comunidad, porque, justamente, ser leída es eso; ser reconocida es ser criticada, alabada o corregida, pero, cuando un crítico pasa por alto la escritura de las mujeres, ¿qué esta sucediendo? ¿Le parece que eres demasiado subjetiva? ¿Será porque tus tópicos tienen que ver con tu experiencia íntima, el espacio doméstico y experiencias frustradas del amor? Entonces, ser escritora, ser mirada por tus pares, significaba adaptarse a las formas de escritura y temas impuestos en el campo literario.
Cuando yo empecé a escribir, en los años noventa, fue en una época de mucho aprendizaje de la poesía, en un medio donde, casi siempre, era la única mujer. Si yo quería sobresalir, tenía que ponerme a escribir y a leer y dejar de lado temas que salían naturalmente en mis escritos, como cuerpo y deseo, porque eran vistos como irrelevantes y sin ningún interés. De cierto modo, era una vergüenza hablar de ellos en los poemas: había que apuntar hacia otro lado. Al mismo tiempo, la generación anterior,[1] la de los años ochenta, en la que el sujeto femenino surge de manera contundente en la poesía peruana, había abordado el tema del deseo de manera insistente, hasta llegar incluso a un cierto agotamiento. Nosotras nos alejamos conscientemente de los tópicos de la generación anterior, nos abocamos a lo social y, a la vez, nos refugiamos en el intimismo, porque la guerra estaba afuera. Pertenezco a una generación que creció en medio de la violencia política (1980-2000), de modo que pasamos de una Lima de apagones y bombas en los años ochenta, pero con mucha contracultura,[2] a la despolitización y censura de cualquier forma de oposición durante el régimen de Fujimori (1990-2001). Nuestros padres, de todo tipo, habían sido corruptos o dictadores, mezquinos o paternalistas. Las mujeres no teníamos lugar: el único lugar posible era la imitación de ese poder o la sumisión.
Fue cuando me alejé del Perú que pude escribir sin la presión de un padre detrás, y con el ánimo de recobrar a nuestras “madres”, en el sentido de que tal no era ni es solo celebrarlas, sino también criticarlas. Leer es eso: un ida y vuelta en el ejercicio del pensamiento, y un profundizar en nuestra herencia y en la batalla por el presente. Volví a las poetas de los ochenta con otros ojos: Carmen Ollé me deslumbró y es una de mis escritoras de cabecera. Entendí qué era ponerse en la posición vulnerable y arriesgarse desde allí, tomar la palabra, apropiarse de ella, hacerla clandestina, traficarla; activar en todos los ámbitos de la vida. Afuera pude encontrar, por fin, mi voz. También, tener mi cuarto propio, y, así, viví la fantasía de Virginia Woolf, aunque casi siempre estirando el dinero lo suficiente como para llegar a fin de mes.
Migrar, además, significaba hacerse cargo de una misma, asumir la responsabilidad de las decisiones, dejar de ser una muchacha de la pequeña burguesía latinoamericana, con todo lo que ello implica de privilegios, pero también de corsé. Si algo le agradezco a mi educación norteamericana, son sus bibliotecas y mi acercamiento a las teóricas feministas que nutrieron mis libros desde Ya nadie incendia el mundo (2005) hasta hoy. El regreso significó, también, observar que el mundo no había cambiado demasiado; que nuestra poeta tutelar seguía siendo, con justicia, Blanca Varela, pero nadie más disputaba este lugar. Blanca se educó entre hombres bajo las banderas de la “palabra justa”, el equilibrio exacto del “verdadero poeta”, y de quien dijera Octavio Paz que “es una poeta que no se complace con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo” o “nada menos ‘femenino’ que la poesía de Blanca Varela; al mismo tiempo nada más valeroso y mujeril” (Paz, 2007: 31). Ollé en Noches de Adrenalina, con sus versos largos y obsesivos le había dado la estocada, pero ¿dónde estaban las demás? El siglo XXI con su cultura del mall y el consumo imparables le habían quitado a la poesía su valor subversivo.
En los años recientes, las poetas jóvenes comienzan a hablar sobre su constante lucha por acceder a un lugar en el campo literario y tener “derecho” a decir desde sus propias voces y experiencias particulares. Obviamente, estas reivindicaciones van de la mano con las demandas del activismo feminista más diverso y cuyo punto más alto han sido las marchas de #NiUnaMenos, que empezaron en Argentina y que se expandieron por todo América Latina. En ese contexto, el redescubrimiento de la intensísima vida política y poética de una de las voces más importantes de la vanguardia peruana, Magda Portal (1900-1989), ha resultado de lo más motivador para las poetas actuales, así como una vuelta a la poética de María Emilia Cornejo (1949-1972) entre las más jóvenes. En medio de este panorama, surge el Comando Plath.
Plath, Comando Plath[3]
El Comando Plath nació el 29 de agosto de 2017 tras la denuncia de acoso que hizo la poeta Roxana Crisólogo en redes sociales. Inmediatamente, se creó un grupo secreto de Facebook con el nombre de Comando Plath. Podría haberle puesto Blanca Varela o Alejandra Pizarnik, pero no: Plath estaba más cercana en ese momento, por diferentes motivos.
La poesía de Sylvia Plath (1932-1963) ha sido fundamental para mucha de la poesía escrita por mujeres en América Latina. En cuanto a su vida, sufrió –como muchas– el trato cruel de su esposo, el poeta Ted Hughes, quien, en vida, tuvo dos suicidios a cuestas: el de Sylvia y el de su siguiente pareja. Además, manipuló los diarios y el trabajo de la poeta luego de la muerte de esta. Creado el grupo, se adhirieron unas 700 mujeres, entre escritoras, artistas plásticas e intelectuales, en general. Ese momento reflejaba la urgente necesidad de agruparnos en contra de las prácticas discriminatorias de las que todas –de una u otra forma– habíamos sido objeto. Por fin, podíamos tener un espacio para nosotras mismas en la literatura, un lugar para poder decir, un lugar para poder hacer, para posicionarnos, para encontrar maneras de trabajar en comunidad.
Con ese primer grupo, se ensambló el poema “¿Cómo tira una poeta?”, una especie de “cadáver exquisito” colectivo. Se tuvo como primera premisa construirlo a partir de los insultos o gestos de menosprecio que cada una de las participantes había recibido a lo largo de su vida en la comunidad artístico-cultural. Cualquiera que perteneciera al grupo podía dejar una frase, verso o palabra. La segunda premisa era que no tenías que ser poeta para hacerlo. Quienes se animaron dejaban su texto en los comentarios relativos al post, y tres personas nos encargábamos de ensamblarlo, de encontrarle el ritmo. Todo fue tomado del aporte que hicieron las participantes.
La idea surgió luego de leer el poema de Bertha García Faet “Esto no es un poema feminista”. Queríamos “tirar”, darle al corazón del machismo, pero las balas tenían que venir de ellos, ser sus propias palabras. Ya no queríamos resistir, sino pasar a la acción. El poema se lanzó el 8 de septiembre, un texto de aproximadamente cien versos. Dado el formato de las redes sociales con tendencia a la síntesis, no sabíamos qué podía pasar con un texto como ese. Lo lanzamos en la plataforma de Facebook incluso antes de tener un fanpage y un blog. Lo compartieron miles de personas. No imaginamos la repercusión que esa acción tendría, pero fue una bomba. Todxs se sentían identificadxs con alguna de esas acciones: los hombres, por la forma en que son educados; las mujeres, porque, por primera vez, un texto reflejaba ese malestar, esa forma de convivencia en donde nosotras éramos los sujetos de ese deseo, desafecto o desprecio. “¿Cómo tira una poeta?” también implica una alusión de tipo sexual, un uso bastante local. Asi, el manifiesto refiere ambos sentidos: el escritural y el corporal, lleva dos epígrafes y empieza así:
No me hables de tus poemas, hábleme de ti, baby
Si miras desde mis ojos / si te atreves desde mis manos / yo te prometo mostrarte el paraíso
Eres todo un descubrimiento, escribes bien para ser mujer
Eres una mujer diferente, haces economía, las mujeres no suelen ser muy inteligentes a un nivel analítico
Algunos párrafos citaban a sujetos anónimos que escribían comentarios en webs o redes sociales bajo nombres falsos y que atacaban a periodistas o a activistas que escribían en ellas, como en este caso:
Pobre cholita sudaca / reputa / ponte una bolsa de pan en la cabeza / Con razón has tenido una vida promiscua / quién te va a querer tirar si eres más fea que mi empleada / Dudo que encuentres una relación seria / Pobre india escribiendo cojudeces para llamar la atención / necesita una cirugía de los pies hasta el cerebro la muy zorra
No había diferencia entre los discursos. Algunas citas eran literales, otras de memoria y otras, simplemente, remedos “poetizables”. Al ser presentadas de esa manera, se superponían discursos y niveles de enunciación. Además, era seguro que todas esas citas habían sido ataques verbales dirigidos hacia nosotras. Cualquiera se podía sentir identificada, y, de ese modo, nos apropiábamos de esas palabras y las lanzábamos de vuelta, pero conscientes de que el lenguaje era y es un arma de combate. Ahora, quienes tirábamos éramos nosotras, y con las balas y las palabras que usaban ellos.
El primer manifiesto nos había abierto una puerta, un escaparate desde el cual podíamos hablar y expresar nuestro desacuerdo. En vista de la repercusión del grupo, abrimos un blog y un fanpage en Facebook. Empezamos compartiendo nuestros primeros manifiestos. No todas participaban: algunas permanecían como observadoras o estaban silenciosas, pero muchas nos escribían en privado, contaban sus casos, se sentían acompañadas. Eso también abrió otra puerta: los testimonios. Algunas insistieron en que querían compartir su testimonio de acoso relativo a un escritor y que necesitaban nuestro apoyo. Nuestro objetivo era traducir nuestro malestar a través de la creación y sentar posición sobre ciertos temas, pero no habíamos pensado en divulgar testimonios. Finalmente, decidimos apoyar a estas compañeras. Compartimos su testimonio en nuestro fanpage. La reacción fue terrible. Recibimos insultos de altísimo calibre a través de las redes sociales. Nos insultaban, robaban y saqueaban nuestros archivos de fotos. Las usaban en sus propias redes. Creaban trolls y cuentas falsas.
Luego de recibir esas amenazas, el Comando Plath fue hackeado[4] el 11 de noviembre. Luego se formó otro grupo bajo otro nombre. En todo ese tiempo, las integrantes y aliadas del Comando Plath han sido y son muchas, y siguen trabajando. El tiempo dirá lo que aportamos en el campo del activismo, la gestión y la crítica cultural, pero lo bailado ya no nos lo quita nadie. Por eso, no me gusta cuando callas.
[1] El libro que abrió esta generación de los años ochenta fue Noches de Adrenalina (1981), de Carmen Ollé, un libro perturbador que marcó una época. A ella le siguieron nombres como Mariela Dreyfus, Rossella Di Paolo y Rocío Silva Santisteban, entre otras.
[2] A principios de los años noventa, asistía a recitales maratónicos en los que nadie se agotaba. La buena poesía estaba por todos lados; centros culturales y universidades se llenaban para oír a Blanca Varela, a Dalmacia Ruiz Rosas, a Enrique Verástegui, a todos los poetas del canon, a jóvenes que se iniciaban en la poesía. Nos sostenían las largas caminatas por la ciudad o las grandes conversaciones en los bares frente a la U. Vivíamos casi sin dinero, así que, muchas veces, había que dejar la libreta electoral en el bar porque no alcanzaba el dinero para pagar. Hoy parece solo una anécdota, pero era como dejar la vida. No podías andar indocumentado. Podías ser un desaparecido más, y, aunque nadie lo dijera abiertamente, lo sabíamos.
[3] Una parte del texto correspondiente a esta sección ha sido publicada bajo el título de “Comando Plath: No soy tu musa”, en Pachakuti Feminista: ensayos y testimonios sobre arte, escritura y pensamiento feminista en el Perú contemporáneo. Lima, Caja Negra, 2020.
[4] Para mayor detalle sobre el hackeo, se puede leer el texto “Atreverse y la esperanza”, de Victoria Guerrero (2017), en Malquerida. https://malqueridadice.com/2017/11/atreverse-y-la-esperanza/
BIBLIOGRAFÍA
Comando Plath. (2017). “¿Cómo tira una poeta?”. Disponible en: http://comandoplath.com/2017/10/primera-entrada-del-blog/
García Faet, B. (2017). “Esto no es un poema feminista”. Disponible en: http://www.bertagarciafaet.com/uploads/3/9/4/2/39423623/este_no_es_un_poema_feminista.pdf
Paz, O. (2007). “Destiempos de Blanca Varela”. En Mariela Dreyfus y Rocío Silva Santisteban (comp. y prolog.). Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela, pp. 29-33. Lima: Fondo Editorial del Congreso.
Wiener, G. (2017, 05 de octubre). “Comando Plath”. La República. Disponible en: https://larepublica.pe/politica/1107019-comando-plath/
Victoria Guerrero Peirano. (Lima, 1971). Profesora, poeta y activista; Doctora en Literatura por la Universidad de Boston y Máster en Estudios de Género. Recientemente ha publicado el ensayo híbrido Y la muerte no tendrá dominio (FCE, 2019).
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