lunes, mayo 6, 2024
    El fin de la (re)frescura

    Felipe de Jesús Saavedra Martínez

     

      Es triste ver la grama seca,

    lo verde mustio 

    mientras la lluvia

    juega

    al escondite.

    Fragmento del poema “Sequía” de Gioconda Belli

    Durante los meses de sequía, creía que esta ciudad no volvería a refrescarse. Compré recipientes, improvisé un lavamanos con bombas de agua hechas en china y reciclé el agua con la que cocinaba y aseaba. Mi oído se agudizó para escuchar cuando la regadera comenzaba a gotear en las madrugadas y así abrirla para captar los galones que pudiera. Varios días sin flujo y con infección estomacal me orillaron a comprar botellas de agua. Siempre he preferido rellenar un garrafón de veinte litros o beber directo de la llave. Se me revolvía el estómago al mirar los refrigeradores de los supermercados repletos de refrescos y cervezas, pero cada día con menos agua. Para lidiar con la eco-angustia me gustaba calcular equivalencias incómodas, todas aproximadas y hasta cierto punto hipotéticas. Posiblemente es una forma en que mi mente desenfoca el presente. Cuando el cuerpo se deshidrata la mente puede plantear escenarios muy oscuros:

    Un cuerpo humano promedio tiene cuarenta y cinco litros de agua y la población en México era de cerca de 126 millones hasta el 2021. Es decir, si juntáramos toda el agua de esos  cuerpos sumarían aproximadamente 5,700 millones de litros;con ellos sería posible fabricar 95 millones de botellas de Coca Cola. México consume al año unos 160 litros por persona,un año de consumo es aproximadamente 20,272 millones de litros. Si en el futuro las refresqueras y cerveceras agotan sus concesiones y buscan fuentes sustentables de agua para seguir embotellando su frescura, nuestros fluidos solo darían para cubrir un cuarto del consumo anual. Imagino un año lejano como 2050, donde el calentamiento global convierte las bebidas embotelladas en lujo mórbido para las minorías dominantes. ¿Qué haríamos si de repente descubrimos que la bebida que amamos es fabricada con lo que se exprime de los cuerpos de algunos desahuciados, cadáveres y suicidas? ¿Cómo se podría escapar del horror de un mundo herido que ahoga su sed con la sangre y pus de sus congéneres? Tal vez los descendientes de las castas que gobiernan el estado se deleiten con alguna preparación gasificada y edulcorada de lágrimas y sudor. Quizás presuman que es un refresco local y sustentable. Tal vez algunos nos levantaríamos contra las empresas para defender el derecho de que nuestra acuosidad regrese al ciclo natural. A otros la rabia nos dejará secos. 

    ¿Acaso algunos otros rogaríamos que existieran instituciones de muerte asistida para escapar de esa posible atrocidad?, como “El Hogar” en la película Soylent green. El título de la película para Latinoamérica se tradujo como Cuando el futuro nos alcance, ubica su trama en el año 2022 en un planeta sobrepoblado y devastado por la actividad industrial. La brecha metabólica impuesta por los medios de producción capitalista hizo colapsar el sistema alimentario para la mayoría de los seres humano, excepto para los ricos. En la película se muestra una escena que siento plausible para los ancianos de esta generación. El coprotagonista, Solomon Roth, elige la muerte después de enterarse de que la última fuente de alimento (supuestamente hecha de plancton marino) es en verdad fabricada a partir de cuerpos humanos. De esta manera él asiste a “El Hogar”, firma algunos papeles y pide música clásica mientras se lleva a cabo el procedimiento de eutanasia. En una alegoría aristotélica, después de beber veneno pasa veinte minutos efímeros y preciosos. Roth encuentra refugio en aquel rincón; recostado en una cama fresca, donde una pantalla le muestra la belleza de los paisajes del pasado reverdecer y las aguas puras fluir; un antes del desastre, antes de la desolación. Pasa de la resignación del horror del mundo a desvanecerse entre la nostalgia de un paraíso perdido. 

    Superamos el 2022 entre el aparente fin de la catástrofe inmunológica, las guerras y las olas de migración sin que la industria alimentaria considerara aún usar cadáveres como materia prima. Mi especulación y cálculos sobre que el futuro de la industria refresquera es inexacto e irreal al igual que los especulados por el filme,como lo son la mayoría de las ficciones. También como lo es la lógica esquizoide de la acumulación de riqueza y el extractivismo del sistema capitalista. 

    Nuevo León sufrió en ese año una crisis hídrica en la que los poco privilegiados tuvimos que adaptarnos y alinearnos con la lógica industrial. Se bombardeó el cielo, se rezó a la virgen y se le pidió amablemente a la industria de bebidas embotelladas que cediera algo de su agua. Las cerveceras no dejaron pasar la oportunidad de estampar su marca en latas de agua purificada para regalar como un gesto de empatía hacia las gargantas sedientas. Conservo una lata como recuerdo de mi primera sequía. Fue un verano largo en el que el calentamiento global nos dio paisajes de ríos y presas secas, gente que llevaba semanas sin agua refrescándose en las fuentes de agua clara pero sucia, que son atractivo turístico para la ciudad, y un malecón recién construido con la tierra seca y agrietada. Constantemente en ese verano recordaba, cuando podía salir a caminar, a un riachuelo cerca de casa. Añoraba los fines de semana cuando era posible tomar un par de autobuses con mis amigos para llegar a las faldas de un cerro y subir a oxigenarnos entre la humedad del reverdecer primaveral. También dormíamos en la entrada de una cueva que exhalaba frescura y olor a tierra por la humedad que se abría paso entre los poros de la montaña. Las últimas crisis nos han dado nuevas formas de nostalgia, no una que añore lo perdido. Más bien es una tristeza porque se evapora frente a nosotros. En las palabras del filósofo ambiental Glenn Albrech se le define como solastalgia: el dolor que se experimenta al reconocer que el lugar en el que se vive y que uno ama está bajo ataque […]. Se manifiesta como un ataque al sentido de lugar propio, a la erosión del sentido de pertenencia (identidad) a un lugar concreto y al sentimiento de angustia (desolación psicológica) por su transformación […]. La solastalgia no se trata de voltear a un pasado idílico, ni de buscar otro lugar que se convierta en el “hogar”. Es la “experiencia vivida” de la pérdida del presente, que se manifiesta en una sensación de dislocación; de sentirse socavado por fuerzas que destruyen la capacidad de obtener consuelo del presente

    Eventualmente llegaron lluvias suaves (ácidas por la acribillada al cielo con yoduro de plata que el gobernador no se cansaba de presumir). Ya no se apagan tanto las bombas que irrigan la zona metropolitana, los refrigeradores tienen de nuevo agua y puedo rellenar mi garrafón. Esta primavera va pasando con varios días de lluvias tupidas sobre las presas y montañas. Pasamos por recortes de agua y campañas paternalista que responsabilizan y exigen que el uso doméstico del agua sea racionado. Aún se pueden ver en las avenidas los anuncios que invitan a que nos volvamos “ciudadanos de 100 litros” de agua al día para beber, cocinar, limpiarnos y cagar. Que pasemos sed para que la frescura siga siendo embotellada y las maquinarias que dan prestigio al estado no se sobrecalienten. De alguna manera nos piden poner el agua de nuestro cuerpo para esto. Que nos exprimamos cada vez más y que nuestras posibilidades de sentir frescura se escurran por la brecha metabólica que existe entre la naturaleza y nosotros. En el cuerpo he sentido las últimas crisis como un presagio de lo que nos aguarda si quienes toman las decisiones siguen ignorando los ciclos naturales del agua. Mi especulación delirante sobre un futuro en el que somos exprimidos para refrescar a una elite no tiene fundamento más que el sentirme afiebrado, angustiado por el cambio climático y mi afición a la ciencia ficción. Sin embargo, se han hecho estudios referentes al efecto del calentamiento global en los índices de suicidio y depresión. En uno de ellos se calcula para el año 2050 un aumento en la tasa de suicidio en México de 2.3 % por cada grado centígrado que aumenta la temperatura, es decir que para ese año 7460 personas morirán por la angustia de no poder refrescar su cuerpo y mente. 

    Es difícil no fantasear con destinos absurdos cuando en el estado se celebra la llegada de Tesla. Una empresa que necesita el agua equivalente a 44 cuerpos humanos (2,000 litros) para ensamblar un vehículo y es parte de un monopolio extractivista con aspiraciones interplanetarias . Un monopolio a nombre de una sola persona y su progenie que fantasea con planetas que son infancia pura, futuro puro, porvenir geológico indefinido para el intrépido emprendimiento capitalista, a diferencia del nuestro, reseco como una pasa en su agonía definitiva. Las itálicas vienen de un fragmento de la novela La infancia del mundo del argentino Michel Nieva, una historia distopía y paródica protagonizada por una niña mutante mitad mosquito. “La niña dengue” que recorre la Tierra devastada, convirtiéndose en una fuerza que precipita la fantasía capitalista hacia su final. 

    Para combatir la solastalgia y ansiedad, intento salir a entornos naturales. He subido algunos senderos de las montañas que rodean a la ciudad. En uno de ellos las lluvias forman cascadas que duran algunas semanas. Allí la frescura es retenida por los poros de las piedras que las tapizan de un verde suave durante semanas. Las hojas de los árboles tupen de sombra algunos senderos y atrapan la humedad que deja germinar semillas y esporas. La última vez encontré una rana verde quieta, en un estanque,  como un liquen, tal vez esperando algún insecto que comer para volver la frescura que le resguarda entre las piedras. También he aprendido a identificar algunas aves y plantas endémicas que son capaces de adaptarse a las sequías como los tiranos y los huizaches. De regreso a la ciudad pienso en el fin del mundo, el que conozco. Incluso fantaseo con una versión de mí mismo que ha sobrevivido sequías, pandemias, lutos y desamores. Alguien maleado por la atmosfera recalentada por el capitalismo. Quien supo dónde pararse en el derrumbe de la civilización y que con suerte no se ahogó entre la polvareda. Veo, a través de los ojos de mí yo especulado, al concreto quebrarse por la vegetación, dejando pasar el agua que baja de las montañas y refresca la tierra.

     

     


     

    Felipe de Jesús Saavedra Martínez. (Estado de México 1993). Egresado de la licenciatura de Biotecnología Genómica UANL y autodidacta en ciencia ficción. Tiene la hipótesis de que la vida es una metaficción escrita por células. Trabajó en un museo divulgando ciencia y fue becario en el Centro de Escritura Creativa de la UANL (219), donde desarrolló un libro de ensayos híbridos entre la literatura y la ciencia. El libro se titula Transcriptoma, donde intenta encontrar lo biológico en lo literario y lo literario en lo biológico. Ganador del certamen de Literatura Joven UANL 2020 con un cuento titulado Blue Ranger.  Textos suyos pueden leerse en la antología Ellipsis 2019, la antología Ab animalibus editado por ENE y en la antología La presencia lunar editado por la UANL. Le gusta ir al parque a mirar árboles y escuchar cigarras.

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