martes, octubre 15, 2024
    Visita a papá

    —¿Cómo estás, papá?
    —…
    —¿Cómo sigues de salud?
    —…
    —Papá…
    —Déjame solo.
    —No seas así, ¿sí sabías que el viaje para acá es de casi dos horas, verdad? Deberías apreciar más mis visitas. Imagínate, en lugar de estar aquí, soportando tu ingratitud, bien podría llevar a tus nietas al zoológico o a algún parque.
    —Que me dejes.
    —Pero papá…
    —Vete, yo no tengo ninguna hija ni ningunas nietas.
    —¿Pero qué cuento te traes hoy, papá?, hasta crees que te vas a deshacer de nosotras tan fácil… Pero cuéntame, ¿te han estado alimentando bien aquí?
    —No.
    —Bueno, pero es que tú también eres bien mañoso y por cualquier cosa dejas de comer; ya te pareces a tus nietas. Te tienes que alimentar mejor, papá, o si no le diré a las enfermeras. Óyeme: de ahora en adelante no te levantarás de la mesa hasta acabarte todo lo de tu plato. No vale la pena seguir pagando un dineral por este lugar si tú estás en los huesos. Si esto sigue así serás tratado como un niño chiquito, ¿eso quieres? Porque es eso o comer a través de las venas.
    —No, no, es que a mí no me gusta la carne.
    —¿Está muy cruda o qué? Oh, fíjate nada más qué curiosa es la vida, de eso mismo yo me quejaba cuando era niña y tú nunca me escuchabas, hasta me obligabas a comerla. ¿Te acuerdas?, me amarrabas a la silla y decías: “cuando vuelva quiero que este plato esté limpio”. Y ahora mira, voltea a ver mis costados; casi no se perciben, pero tienen unas ligeras marcas. En esta vida nada se olvida, papá, todo se te regresa como si fuera una pelotita de pin-pong. ¿Eh, papá? Dime algo. Por fortuna tienes a tu hija a tu lado, la cual nunca ha sido rencorosa. Yo sí sé cuándo debo pedir perdón. ¿Recuerdas esa vez que te rogué me perdonaras por escaparme de la casa? Tú, como siempre, ni siquiera me volteaste a ver, como si no me hubieras cacheteado el día anterior solo por haber salido con mis amigas y… Ay, ya estás todo destapado de este lado, déjame te acomodo la manta… ¿Mejor?
    —No me toques.
    —Y no te preocupes por lo de la carne cruda, yo hablaré con la enfermera antes de irme. Ojalá no estés exagerando, no quisiera verme como la típica señora criticona. Luego la gente de aquí dirá: “de tal padre tal hija”, y no queremos eso, ¿verdad? Pero bueno… ¿Algún otro problema que tengas?, porque para encontrar problemas tú eres el mejor. ¿Te acuerdas esa vez cuando me desgarraste mi blusa favorita nomás por un agujerito que tenía en la espalda? Me dijiste delante de toda la familia: “¿por qué te vistes como indigente?”. Eras bueno para humillar… Siempre criticando cada cosa de mí. Me decías: “una pulserita más y te verás ridícula” ¡Y mírate ahora, te la vives en pañales! Seguro ya te cagaste encima porque algo me huele raro, ¿eh, papá?
    —¡Te digo que no me toques!, ¡Enfermera, enfermera!
    —Shhh, ¿qué te pasa?, ¿te duele el pecho? Ya, ya, no grites. Enseguida te busco a alguien. Espero no me hagas hacer todo un circo por una falsa alarma.
    —…
    —¿Mejor?… ¿Por qué siempre andas tratando de llamar la atención? De exhibirme como si fuera una mala hija. ¿A poco no es así?, por eso no me asusté de tu rabieta, porque te conozco como la palma de mi mano. Gracias al cielo mamá está muerta; no me perdonaría verla decepcionada de nosotros… de mí. Pero vaya, un “gracias por preocuparte por mí, hijita” no te quemaría la lengua. ¿Sabes? Tú estás al tanto de que, a pesar de todas las privaciones en mi vida, yo te he apoyado; he cuidado de ti de manera íntegra. Si no cuéntame, ¿dónde están mis hermanas? Yo no las veo por aquí… Eh, ¡pero ya deja de moverte tanto que te vas a caer de la silla!
    —¡Enfermera!

    ******

    —Lety, ya deja en paz a Pedrito.
    —¿Pedrito?, si mi papá se llama Octavio.
    —Sí, Lety. Véngase conmigo, que es hora del paseo.
    —Dígame Leticia.
    —Lety, ¿hoy se me pondrá de remilgosa? Venga, vámonos.
    —¿Qué?… ¿De qué paseo me está hablando? ¡Suélteme!
    —Que se acabó la hora de la visita, Lety. ¿Vendrá por las buenas o llamo a Chuy para que me ayude a llevarla?
    —¿A Chuy?, ah, no, no. Así estamos bien. Sin Chuy… solo déjeme despedirme de mi papá, por favor, que se siente muy solo aquí encerrado. ¡Hasta el próximo fin de semana, papá!
    —Que no se me vuelva a acercar esa mujer.
    —Una disculpa, Pedrito. Lety, usted sígame por aquí.
    —Claro, por supuesto, solo quiero comentarle una cosita más antes de irme, enfermera. Por favor no me lo tome a mal, pero mi papá —que usted ya sabe cómo es— me dijo que la carne de la comida la sirvieron muy cruda. No sé si esto pueda arreglarse de alguna forma. Tan solo mire lo flaco que está.
    —Claro que sí, Lety, hablaré con las cocineras para que a la próxima le preparen mejor la carne. Ahora sígame, por favor.
    —Muy bien, perfecto. Adiós, papá. Adiós.

     


     

    Renata Salazar Allen. (Minatitlán, Veracruz; 1991). Es licenciada en Letras Hispánicas por la UANL. En 2018 ganó el primer lugar en el Certamen de Literatura Joven UANL dentro de la categoría de cuento.

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