viernes, mayo 3, 2024
    Notas sobre lluvia y tierra mojada

    Natalia Luna

     

    El poema es un mapa interno: al leerlo, el creador se encuentra consigo mismo. En este sentido el poema sirve primeramente al poeta, porque es él quien lo crea por necesidad. Necesidad, yo supongo, de verse desde afuera, tomar distancia para poder juzgarse e intentar corregirse. Algunos poemas son capaces de pausar la realidad para verla con calma y de ángulos distintos: otros poemas despiertan en cada quien rasgos desconocidos. Con todo, estoy convencida de que la poesía no permite ser otro, sino parecerse más a uno mismo.

    La poesía es una proyección libre del presente, es un territorio donde se puede configurar, por parte del escritor, una especie de realidad deseada e incluso abstracta; o se puede encontrar, por parte del lector, un reflejo empático de su presente aún cuando lo que provoque en él sean recuerdos, ya que éstos regresan en presente y son modificados en el ahora aunque hagan referencia al pasado.

    Hay quienes afirman que escribir funge también como desahogo. Si lo es, se trata de gritar en estricto silencio. A veces es mejor olvidarlo todo por un momento y cederle el control al piloto automático, cuando lo que se quiere decir duele mientras no sea liberado. En este aspecto, con frecuencia los versos sosiegan al poeta mientras hieren al receptor, así que debe tenerse en cuenta la responsabilidad no al crear, sino durante la entrega, ya que –en mi opinión– es injusto infligir dolor sin ofrecer alivio; la poesía puede hacer gala de su don de convertir las crisis en renacimientos. Por eso opino que es reinvención constante.

    Un poema puede resumir toda una vida y hasta puede representar una suerte de aprendizaje sintetizado para sus receptores; en este sentido, un poema podría ser una píldora de vida.

    La poesía es necesaria para deshacernos de la sensación de ser únicos pero solos en esta tierra inmensa. He llegado a pensar que la idea no es mía: la idea pasa a través de mí; con esto me refiero a la certeza de formar parte de un todo que, voluntaria o involuntariamente, intercambia información valiosa todo el tiempo. La poesía da cuenta de que después de todo siguen existiendo preocupaciones universales y soluciones temporales.

    La poesía denuncia epifanías; momentánea o permanentemente cambia nuestra perspectiva. Nos hace captar cosas que antes no vimos o no creímos importantes. En otras palabras, enriquece nuestra vida cotidiana.

    Personalmente, creo en ella como el nexo con un mundo que todavía no terminamos de entender, el cual no es otro que nuestro subconsciente, el yo interno que guarda el motivo primordial de nuestros actos. Creo en ella como un acto de comunicación interna.

    La buena poesía se siente, pero también se comprende, y menciono esto porque es común leer y escuchar textos con buenas tesis pero prácticamente inaprensibles. Cuando el poema es claro no hacen falta explicaciones. Creo que para transmitir poesía no es suficiente que el poema cumpla con las especificaciones de la forma, pero tampoco basta con que diga algo importante. Valery hablaba sobre la difícil tarea de atender a la forma y al contenido, y ello es necesario para involucrar al espectador. Si esto no sucede, la tarea queda incompleta. Claro que hay poemas que son experimentos fonéticos o literarios, y estos funcionan para dirigir la mirada a otros horizontes.

    Muchas veces, la práctica de la poesía consiste en aprender a ser libre mediante reglas; aquello de los cien sonetos antes de un verso libre tiene como objetivo educar oído, lengua y mano para ejecutar un mismo arte. Debido a esta extraordinaria cualidad de ritmo, probablemente la poesía sirva para que, quienes no somos entonados, cantemos.

    En algunas ocasiones, la poesía funciona para poner en palabras algo innombrable o, al contrario, buscar mediante las palabras nuevas percepciones.

    Me ha sucedido que al leer poesía encuentro una línea perdida en lo que me parece un tornado de símbolos incomprensibles, una línea que basta para sentir que, al menos por ese día, he despertado.

    La poesía debería ser, antes que todo, un canto dispuesto a ejecutarse en solitario. No creo en la poesía que se fabrica deliberadamente para publicitar a su autor, porque lo más probable es que no pase de un cerrado círculo literario, lejos del lector común, de la persona que tiene necesidad de poesía. Resalto el valor de la sinceridad en el texto porque de esta manera será más claro y directo.

    Cuando el poema es turbio, aún reside en las manos de su creador. Cuando el poema es claro, forma parte de la conciencia colectiva; no le pertenece más aunque las personas lo sepan y la impresión lo diga. El poema estará ahí en los momentos oportunos: al autor le agradecerán unos cuantos personalmente.

    Cundo la poesía se vuelve publicidad, los poemas consecutivos se transfieren a un segundo plano a los ojos y oídos del lector ingenuo, es cuando reluce sólo el autor, y éste puede caducar. Cuando la poesía vive por sí misma, durante mucho tiempo fragmentos de poemas vendrán a la memoria sin saber exactamente por quién fueron escritos. 

    Como escritores, podemos sentir que la poesía no está ahí cuando la necesitamos, sino que es cuando nos necesita para pronunciarse que acude a nosotros. Es un misterio si nos sirve o es ella quien se sirve de nosotros, o las dos cosas en diferentes momentos. A mí no me preocupa si el total de la población se nutre de poesía escrita; me basta con ser transmisora incansable de su propósito. Me preocuparía si nadie fuese capaz de sentirla –aunque fuera en mutismo total y solo para sí–, porque bien sabemos que su esencia va más allá del escrito. Me preocuparía si durante el resto de mi vida no soy capaz de transcribirla.

    Cuando el poema se lee es como lluvia; cuando no, llega como aroma de tierra mojada. El poema debe guardar para la posteridad sentimientos fugaces: si el poema es bueno, los guardará íntegros para otros; si no, sólo el autor tendrá un registro borroso de ellos: la bondad del poema reside en esta capacidad de transmisión.

     


     

    Natalia Luna. (Monterrey, 1989). Egresada de la Facultad de Artes de Visuales de la UANL. Es autora del libro de poesía Agorafobia (UANL, 2010). Su trabajo ha sido publicado en antologías regionales como Verso norte bitácora de voces (Posdata Ediciones, 2008) y El sueño y el sol (Ediciones Intempestivas, 2011). Obtuvo dos primeros lugares del Certamen de Literatura Joven de la UANL en 2007 y 2008. Su poemario Los televisores encendidos de la noche fue galardonado con el Premio Nacional de Poesía Jóvenes Escritores Guillermo López Muñoz en 2013. Actualmente es UX Writer en Mercado Libre.

     

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