viernes, abril 26, 2024
    Madriguera

    Brenda Isabel Pérez

     

    Algunas cosas sobre los topos:

     

    • Son excelentes excavadores.
    • Tienen sus propias madrigueras subterráneas.
    • Están prácticamente ciegos, apenas pueden distinguir la luz.
    • Confían en el tacto, aunque sean torpes.
    • Nadie sabe que están presentes hasta que ven los montículos de tierra.
    • Son de los pocos mamíferos que no necesitan salir a la superficie en toda su vida.
    • X y yo usábamos topo como palabra que se extendiera de nosotros mismos, pero sobre todo, como promesa de un futuro. La idea de una casa debajo de la tierra.
    • Decidí que quería ser un topo.
    • Los topos no necesitan estar reunidos físicamente para ser felices y pueden cavar hasta 20 centímetros diarios.
    • Mi primer hogar fue la utopía.

     

    La imagen de la madriguera, de una casa fabricada con tierra en algún bosque y la historia que contábamos sobre un lugar llamado topolandia se han quedado como piedra angular en mi memoria. A veces olvido esa piedra, a veces la escondo, pero otras la presumo, intentaré contar sobre ella, cuadro por cuadro. Escribir sobre ella se siente como una especie de sesión espiritista, como saber que escribo sobre un fantasma mientras hablo con él, aunque eso no sé en qué lugar del duelo me coloque.

     

    Dejar de tener comunicación con X significó, además de perder una parte de mi personalidad, perder a mi mejor amigo, mi sentido del hogar. Extrañé mucho las conversaciones largas acompañadas de cafés o mezcales y aunque es verdad que jamás fuimos la relación más independiente, siempre pensé que uno podía crecer acompañado del otro y que en algún momento dejaríamos de asfixiarnos en el mismo espacio. 

     

    Lo cierto es que quedé obsesionada con la idea de seguir cavando más profundo y creciendo, juntos, pero separados. Llegué a pensar que jamás volvería a sentirme cómoda con alguien porque me tragué el cuento que una es cualquiera hasta que la quieren, hasta que nos dicen que no somos como las otras, que somos especiales, me lo creí profundamente y por eso me pasaron las cosas que me pasaron después. Por eso y por estar sola en un país y en una época en la que vivo. México y el androceno o el patriarcado, como le llamamos una y otra vez en las marchas y en los tweets

     

    El otro día imaginé qué pasaría si, así como en Inception yo tuviera una vida paralela con un X (“X”o X.1 o X.a) que no existe y con el que mantengo diálogo únicamente en los sueños, que una parte de mí sigue teniendo contacto con ese hogar que no existió y que sólo puedo referenciar con la casa de mi casi adolescencia en la colonia La Morena, en Tulancingo de Bravo. O que tal vez, como en Donde su fuego nunca se apaga de May Sinclair, ese X ficticio me persigue en cada uno de los sueños, pero ¿Por qué andar saltando de situación imaginaria en situación imaginaria?

     

    En el pasado me daba mucho terror la muerte y la enfermedad, yo creo que de ahí se ha desplegado una cantidad considerable de mi ansiedad, de esos miedos ordinarios que nacen cuando una se da cuenta que es finita. A la ansiedad yo la llamo el efecto de darme cuenta del mundo exterior, porque me pasa muy seguido vivir en el adentro, en lo íntimo, en lo pequeño, vivir tan en mí misma que no me doy cuenta de lo demás y luego la realidad llega a atravesarme, provocando un tránsito extraño, ese tránsito atorado en el estómago y la garganta soy yo dándome cuenta del mundo exterior.

     

    Ahora la muerte me parece distinta, después de que se quebrara la idea romántica de comunidad que tenía y que mi abuela falleció, sé que existen varios tipos de pérdidas y que van acompañados de duelos que como los oleajes, son un vaivén que se extiende por meses o años y que una aprende a integrarlos a la vida y todo es un constante ciclo de muerte y vida. Esta perspectiva fue la que me hizo cambiar lo que creía sobre X (aquí sí me refiero al real pero visto desde mi recuerdo). Desde que no veo a X, el espacio que más recorro en mi inconsciente es la casa del Infonavit en la que viví durante la secundaria y preparatoria. Al principio, los recorridos incluian a X y la que yo he nombrado como La segunda casa, y la casa cambiaba de color, cambiaba de niveles, cambiaba de techos, de acabados en el piso, de acabados en la pared. Estábamos juntos, estábamos a punto de separarnos, yo resolvía algún misterio familiar, pero siempre los mismos elementos: X y yo en esa casa. Un día, X desapareció, pero la casa continuó apareciendo hasta hoy en día. Me quedé con ella y aunque hago muchos rituales para sacudirla, no lo he conseguido.

     

    Crecimos juntos y eso muchas veces me pesa, porque quisiera alejarme lo más posible de él, no parecerme, como cuando eres adolescente y te molesta bastante encontrar gestos similares a los de tu mamá, pero con el paso de los años lo tomas con ternura y algo de nostalgia. Yo que estoy a 125 kilómetros de distancia de la mía, lo noto. La manera de limpiar las verduras, guardar los sartenes o temer a ser tachada de loca por gritar. No puedo pensar en otra cosa que signifique ser familia que eso. Las familias se reconocen entre sí, (a veces) se cuidan, se entretejen, crecen, se fracturan y se alejan. Yo creo que X y yo también éramos familia. La relación después de la relación, la sombra que me perseguía y que después pude volver a ver. No escribo nada de esto desde la autocompasión, no creo que se me arruinó la vida o que deberíamos estar juntos, aunque a veces, sí quisiera contarle cosas como las que estoy escribiendo ahora. Pasé de dejar de hablar del tema, de establecer un silencio sepulcral a escribirlo años después. Lo escribo para decir que aunque el recuerdo esté cerca jamás me he sentido tan lejos de él. Y porque de dos sueños para acá, me he salido de la segunda casa.  

     


     

    Brenda Isabel Pérez. Arquitecta y escritora especializada en comunicación estratégica, divulgación arquitectónica y gestión cultural. Trabaja e investiga de manera interdisciplinaria los espacios domésticos desde una perspectiva feminista. Tiene dos proyectos con sus amigas, Colectiva Argamasa y Archivo casas, desde ambos proyectos colectiviza sus intereses respecto a la arquitectura, los círculos de lectura, los talleres y la autopublicación. Sus textos han sido publicados en Arquine y Este País.

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