lunes, abril 29, 2024
    Es más fuerte la lengua que se palpita tres veces al día

    Donnovan Yerena

     

    Nunca me ha gustado la música de Marco Antonio Solís “el Buki”. Cuando era niño, de vez en cuando, sonaba una que otra canción suya en casa de mi abuela. Me incomoda un poco verlo directamente a los ojos, pareciera que sabe demasiadas cosas. Nunca me lo he encontrado, gracias a Dios. Lo único que tenemos en común, es que los dos somos michoacanos y estamos orgullosos de eso. ¿Quién está más orgulloso? Quizás él, ya que tiene algunas minitas de oro instauradas en Morelia y hasta un hotel frente al Acueducto que ofrece un desayuno medianamente malo, según mi abuela. 

    A veces pienso en la razón por la que ciertas cosas me disgustan. Creo que si llegas a la raíz de eso, puedes convencerte aún más de que no te gusta. Como el hígado de pollo. Cuando estaba en la primaria, a mi abuela le parecía buena idea licuar hígados de pollo cocidos con agua, servirlos en plato hondo y llamarle sopa. Pienso ahora, no me gustaba la textura, el color, el olor, el peso, el precio del pollo, la inflación, mis dedos tan largos y el color de las paredes del baño de casa. Y sí, por todas esas cosas no me gusta el hígado de pollo. Marco Antonio Solís pues, no me gusta porque su cara me recuerda a la Semana Santa y porque tiene un hotel céntrico que rompe con la arquitectura colonial de mi ciudad. 

    En fin, la verdad es que no disfruto cuando algo no me gusta. Me hace sentir incómodo, por lo que, por primera vez, pensé en alguna razón por la que sí me gusta Marco Antonio Solís. Luego de pensar mucho y escuchar algunas de sus canciones, encontré un video de un performance suyo en YouTube en el que canta la canción La pirekua de Michoacán, y luego de cinco minutos pude decir, bueno, creo que esto sí me gusta del Buki. Y también que es michoacano como yo, qué orgullo. 

    La pirekua está muy cerca de mi pecho, justo al lado de mi corazón. Esa siempre me ha gustado y hasta hace unos años supe realmente su significado: la pirekua es el canto a las flores, a los pueblos, los lagos y los bosques. Es el amor que llevó a Domingo Ramos, inspirado en el color del cabello de su novia, a escribir Flor de canela, una de las pirekuas más reconocidas y queridas por el pueblo de Michoacán. Es un canto al pasado y las raíces que han brotado riachuelos y campos fértiles. Es un manifiesto a los olores, colores y sabores del pueblo p’urhepecha. A la pirekua la acompaña el viento, las nubes le sirven de refugio y es con cualquier diluvio que llega a los oídos de unos cuantos en la tierra.  

     

    Santa Fe de la Laguna, cuna de flores 

    Artemio Nambo Cuiriz y su hermano Pedro compusieron Santa Fe de la Laguna Anapuecha, una de las pirekuas que, a mi parecer, es de las más viscerales que existen, pues cuenta la historia de un pescador que lamenta el desprecio de una joven hermosa que va a llenar sus cántaros de agua al lago. El joven pescador describe que ella le ha sacado “muchas, muchas, muchas lágrimas y esa señorita que viene ahí, ella me ha golpeado en mi corazón”. La Orquesta Tata Vasco interpretó esta pirekua en 2009 y, en los años consecuentes, se ha consolidado como una de las orquestas tradicionales más respetadas y con una de las trayectorias más consolidadas, aparte, es originaria de este bellísimo pueblo que ha visto nacer flores y muchos amores. 

    Allá por febrero del 2018, el último año que pasé en Morelia antes de venir a estudiar a Monterrey, mi amigo Ángel me invitó a Naranja, cerca de Zacapu, a celebrar el año nuevo p’urhepecha. Cuando me invitó me dijo muy entusiasmado que iría a tocar la Orquesta la Herencia de Ocumicho, había escuchado de esta banda hacía algunos años cuando fueron a tocar a los toritos de Tierra y Libertad, así que no dudé en aceptar. 

    Recuerdo que al llegar, el olor a fuego era creciente. Nos recibieron en casa de sus abuelos con un collar de pan de harina y plátanos y naranjas y guayabas. El fogón crepitaba no sé cuántos secretos que apenas podíamos oír, la música que venía por la calle se hacía cada vez más y más y más fuerte. La abuela de mi amigo salió de la cocina con dos platos negros, me dio uno, ven por tu chapata, la seguí de vuelta a la cocina y de una vaporera gigante sacó un bulto envuelto en hoja santa, la puso en mi plato y se persignó. 

    La música se metía entre los ladrillos de adobe cocido y la cal se hacía polvo en el suelo, se me dificultaba pensar en algo que no fuera el sonido de las tubas y las trompetas que gritaban en otros idiomas. La casa retumbaba, mi chapata se desenvolvió y dejó al descubierto una masa de piloncillo con frijoles y entre sus pliegues se asomaba un conejito pequeño que apenas y podía bailar. Mi amigo Ángel se hizo bolita y se desenvolvió en colibrí, se posó en la bugambilia que daba hacia la calle, y su pequeña trompeta se unió a la banda que venía redoblando la esquina. El techo comenzó a caerse y dejaba entrar una luz naranja solar de fuego tan roja que bien podría haber sido sangre de venado recién nacido, fresca. 

    De pronto fui Lucy Pevensie en esa escena en la que el señor Tumnus le muestra los secretos de Narnia con el fuego del caldero y la música de su ocarina de roble, hipnotizada y desangrada. La música me alcanzó, las trompetas se volvieron mis oídos y entonces todo lo que escuchaba, lo cantaba y amplificaba con las yemas de mis dedos. Las paredes se abrieron y dejaron al descubierto un mar nuevo, la fiesta del nuevo amanecer. Las iguanas bailaban sobre los caparazones de tortugas milenarias y los cabellos de las trenzas cenizadas se bordaban en un cielo que llovía peces alados. La orquesta siguió tocando y sus pulmones se rasgaron pero un beso del sol les bastó para echar más raíz que corteza, la pirekua se hizo nube y esa noche hubo un diluvio que duró seis meses. 

     

    Después de la tormenta todo se seca

    Luego de mi experiencia que ahora creo que fue un sueño dorado y no anécdota, tuve que venir a Monterrey a vivir, pero se me quedó grabado el sonido del viento en la piel. Seguía buscando de vez en cuando alguna pirekua que me llevara a ese lugar en el que creí haberlo encontrado todo.

    Un día encontré en YouTube una pirekua de la misma orquesta que nació con las flores: Orquesta Tata Vasco. El canal que publicó el video se llama Tumasiu Anapu. Mi escaso conocimiento de la lengua p’urhepecha y mi aún más escaso conocimiento de sintaxis, saben que anapu funciona como conector funcional de locación, es decir, determina al sustantivo a un lugar de origen o de proveniencia. El canal le pertenece a la comunidad de Santo Tomás, así que tumasiu me parece que es el determinativo de origen. Es material producido en Santo Tomás. En fin, el video se muestra así: 

    Orquesta Tata Vasco de Santa Fe de la Laguna – Yunuencita

    Esta pirekua forma parte del álbum Tumina Xunapiti que salió el año pasado, y habla de una situación que aqueja a la realidad p’urhepecha actualmente: el lago. Yunuen es una de las islas que arrullan al lago de Pátzcuaro, es una de las hermanas menores de Janitzio y en la que habitan más flores. Esta pirekua está dividida en dos partes, una en p’urhepecha y otra en español, es a mi parecer, lo que la hace especial. La letra dice algo así: 

     

     

    Ay, qué lástima me da verte así,

    mi Yunuencita.

    Soy el lago que ha de morir mañana,

    tal vez mañana amaneciendo el sol

    no tenga donde reflejar su luz.

    Ya no hay peces y las garzas se van

    mi Yunuencita

    ya los patos corando dan su adiós,

    se acabó el Janitzio que era un poema

    en el monte murió canela y flor.

    Eres gentil Yunuencita

    madre de todos mis hijos.

    Lo que yo siento en el alma

    es cuando mueras sin remedio,

    rumbo al norte todos van a emigrar.

     

     

    Cuando terminó el video, quise volver corriendo a ese lugar, a ese mi lugar de origen en el que los lagos son poemas y los peces se alimentan de lo mucho que hay que dar. Pero no fue posible, nos separan muchos kilómetros y muchas horas ocupadas, así que solo bajé la cabeza y vi algunos comentarios en el video de YouTube que me hicieron querer volver aún más. 

     

    @ciberparis2885, (o de como la música es llanto) 

    “No hablo p’urhepecha, pero esta melodía acaricia mi alma que no puedo más y mis ojos se llenan de lágrimas”.

    Mis ojos también se llenan de lágrimas, querido @ciberparis2885, me siento acompañado en este momento en el que una voz acaricia dos almas. Tampoco hablo p’urhepecha, pero me da miedo el día en el que se seque el lago que es casa de charales y pescados varios, que es fuente de vida de muchos michoacanos y que es el deleite de los que nos visitan de cuando en cuando. 

     

    @gregorioperez9819, (o de cuando el corazón tiembla y bendice todo un pueblo)

    “Es un encanto que hace vibrar nuestros corazones p’urhepechas. Dios bendiga a estos grandes artistas”.

    Dios bendiga a todo aquel que crea en él, a todo aquel que le cante y a todo aquel que le escriba. Dios bendiga la tierra que nos vio nacer, Dios bendiga el cuerpo que nos formó y el que nos dio. Que Dios bendiga todas las cosas que alcance a ver y las que no, que se agache y termine de bendecir nuestros caminos. Que Dios nos dé saciedad a todos los artistas que deciden no creer y que nos jacté de pan las panzas para que podamos seguir eligiendo en qué crecer. Que Dios sea bondadoso y que bendiga la ternura del corazón. 

     

    @leonarda2185, (o de todas las palabras que no se dicen también son poemas) 

    “Qué hermosa canción de mi lindo estado de Michoacán, esta sí es música, simplemente hermosa y arriba Tata Vasco y todo Michoacán”.

    Tata Vasco se guarda en el cajón junto con las cosas importantes que se resguardan en casa. Al Tata Vasco se le construye una fuente en la plaza central y se le celebra su cumpleaños con manteles blancos y con frutas recién partidas. A Michoacán se le lleva en el alma, como ese slogan que utilizó el gobierno del estado hace unos sexenios: Michoacán es el alma de México. Al alma se le alimenta con pirekuas dulces y con palabras que no se cantan. 

     

    @froylanchiliz, (o de cuando un suspiro inició una revolución) 

    “Un saludo para toda la gente de Santa Fe de la Laguna, municipio de Quiroga, Mich; desde Chicago. Yo soy de San Jerónimo Purenchecuaro. Saludos. No pierdan mis paisanos esa cultura tan bonita que los extranjeros nos vinieron a quitar y ¡arriba Michoacán!”. 

    Un saludo que se esboza a la distancia es una forma de decir te quiero. Un apretón de manos y guardar un secreto también es una forma de decir te quiero. Extrañar es una forma extraña de querer. Yo te extraño, Michoacán, cada día que estoy lejos de ti siento que te quiero y que podría morir tranquilo si en tus lagos me arrullara el sonido de tu voz. A veces me siento extranjero, vivo entre calles que no me pertenecen y odio el sol que me ilumina la cara cuando salgo a caminar. Yo soy de Morelia, Michoacán. Yo soy cantera rosa húmeda que escucha y espera paciente una boca que cante una canción que suene a te quiero. 

    De cómo es más fuerte la lengua que se palpita tres veces al día

    Después de un largo rato de llorar y de leer a mis paisanos, a mis hermanos michoacanos, a mis hermanos de tierra y a mis ojos de mar, me dispongo a cerrar la puerta del cuarto. Abro la cortina pesada y las ventanas, se me escapa un suspiro y echo medio cuerpo por el marco de la ventana. El sol aquí quema más, pudre la fruta y la hiede más rápido. El agua aquí se evapora y las nubes se van tan alto que cuando llueve no alcanza a mojar la tierra. El cielo es añil y las casas son de oro, el sol pesa más aquí. Aquí no conocen la sombra, aquí los secretos no se guardan porque se pierden. La resolana arde en los árboles y escarba las huertas. A veces me dan ganas de dejar todo atrás y volver a mi hogar, a mis aguas. Pero en días como hoy, me gusta abrir la ventana y dejar que el sol me llene de besos la piel, esa también es una forma de decir te quiero. Abro YouTube y pongo el álbum Tumina Xunapiti desde el inicio. 

    El día, claro y amarillo, tiene sueño y creo que sueña con volver a casa. Yo también. 

     

     


     

    Donnovan Yerena. De Morelia, capital del estado de los pescadores. Estudiante de Letras Hispánicas fuera del agua. Formó parte de la segunda generación del Centro de Creación Literaria de la Casa del Libro de la UANL. Anteriormente obtuvo el primer lugar en el Certamen de Literatura Joven Universitaria UANL con un cuento sobre añoranza y té. En la actualidad, con eso sobrevive en la gran ciudad de las montañas. Certero creyente de que todas las historias son peces pero solo aquellas que se escriben, jamás serán pescados.

    Artículos Relacionados