lunes, abril 29, 2024
    Esculpir en un bloque de palabras

    María Fernanda Ramos

     

    Esculpir en un bloque de palabras

    Francesco Queirolo tardó siete años en terminar de esculpir El desengaño. La escultura del siglo XVIII muestra a un hombre atrapado en una red de pesca y, al mismo tiempo, es liberado de ella por un ángel. Algunas interpretaciones explican que la red representa el pecado y el ángel sería el símbolo de un camino hacia la libertad.
    En El desengaño, la red es el objeto que más llama la atención a simple vista. El detalle con el que está pulido, y el agarre de las manos —tanto la del ángel, como las del pescador— es, de verdad, sorprendente.
    Este encargo artístico fue rechazado por muchos escultores de la época, pero Queirolo aceptó dedicar años a la propuesta. El gran problema para el resto de los artistas era formar la red sin destruir parte de ella o parte del resto de la figura. El desengaño no solo es una de las esculturas más emblemáticas de la historia, sino que es una de las más complejas.
    No imagino las horas que invirtió Francesco en el desbastado, después en el modelado y en el acabado. Lo interesante es cómo hizo este grupo escultórico —que incluye tantos detalles— con un solo bloque de mármol.

    Para desbastar una piedra, se pueden utilizar varias herramientas como el puntero, la gradina o el escafilador. El propósito es rebajar el material hasta que el volumen dominante de la pieza sea detallado paso a paso. En otras palabras, se trata de quitar el sobrante del material para darle forma a la escultura. Desbastar no solo es necesario, sino que es un tipo de inversión, porque el artista se asegura de producir una piedra más adecuada, más prolija. De esta manera, será ideal para la utilización de las herramientas que vendrán después.
    ¿Cuánto tiempo habrá dedicado Queirolo solamente para lograr un desbaste adecuado? Algo con tanto detalle, debió haber empleado horas de mucha cautela. Imagino que Queirolo sudaba, se ensuciaba a menudo, le dolía la espalda o le dolían las manos y las piernas. En algún punto pudo haberse cortado o golpeado por accidente —o tal vez no porque era muy profesional—; seguramente tarareaba alguna canción, o era muy silencioso. Pero dudo que, en tantos años, no se haya frustrado. Tal vez se molestó con alguna persona dentro del taller, o con quien había hecho el encargo, si es que lo presionó para que terminara la obra lo más rápido posible.

    Y mientras escribo esto, creo que algo similar sucede con la escritura. Por ejemplo, Fernando del Paso tardó diez años en escribir Noticias del Imperio. Y es que un escritor invierte su tiempo en “desbastar el mármol”, o en pulir la historia que va a relatar, sin importar la cantidad de años que tarde en hacerlo.
    En la escultura, el desbaste sucede cuando el material cede ante un golpe. Desde luego, los golpes que se le hacen a la piedra van guiando la dirección de la forma, pero también provocan la creatividad y la improvisación del escultor. Es como un principio de acción y reacción: el golpe del martillo que impulsa, por ejemplo, al escafilador. Impulsar… o aplicar la tercera ley de movimiento de Newton: toda acción genera una reacción de la misma magnitud, pero en sentido opuesto.
    En la escritura, se busca el papel: se hacen borradores con tachaduras. Hay omisión de palabras o ideas, y estas, funcionan como los golpes del martillo en el escafilador: el bombardeo de conceptos o ideas es necesario para darle forma a la historia. A veces, una idea se cambia por otra, para que la historia surja y tenga continuidad, de manera que los detalles puedan ser cada vez más notorios.
    En ambos terrenos artísticos, el proceso puede traducirse en desánimo o frustración; en motivación o satisfacción. Es como una batalla entre conceptos distintos. En Queirolo, El desengaño quizás es la evidencia de una mezcla de caos y orden; dificultad y precisión, agotamiento y viveza.
    Tanto el escultor como el escritor, para llegar al final de la obra, tienen que desbastar sí o sí. Es uno de los pasos primarios. Nace de la intención de moldear una piedra —una hoja en blanco—; de transformarla a partir de las manos y por medio de herramientas específicas. Según la fuerza y el movimiento aplicados, un bloque simple —un bloque de palabras—, se convertirá en una obra esculpida —en un libro—.

    Desde luego, no todo el material podrá ser utilizado: también queda la piedra residual —las páginas que nunca serán vistas—. Podríamos usar esta imagen como una metáfora para explicar que algo debe abandonarse para continuar en la realización de una encomienda.
    Al final, la escultura estará hecha, y puede que brille o no. Pero, evidentemente, se logrará un resultado original: la existencia de algo nuevo, una obra propia, que sucedió a partir de las direcciones en las que se ajustaban las herramientas; a partir del sentido de los golpes, que son irremplazables. El tiempo, la fuerza, el material; incluso el clima, serán distintos si la operación se repite. El efecto, por lo tanto, es otro.
    No sé si por hacer una escultura se pierda algo exactamente. En El desengaño, el tiempo, fue otro tipo de inversión: siete años contra un reconocimiento que perdura a pesar de los siglos.
    Pero quizás, en el proceso de hacer una obra, perdemos algunas ideas; porque ahora otras están siendo cambiadas, se están plasmando en algo tangible. De hecho, creo que perdemos oportunidades: segundos de decisión para optar por otra cosa; otro tipo de cincelada, otro tipo de palabra. Como siempre hay posibilidades, entonces, para lograr el resultado, varias ideas se agrupan en una, según la dirección de nuestras manos y según la conexión que tienen con el cerebro y con la sensación que se genera en el interior de cada artista: en Miguel Ángel, esta mezcla de posibilidades resultó en La piedad; en Cervantes, la red de conexiones provocó la publicación de Don Quijote de la Mancha.

    También quedan otras tantas cosas: cuando se escribe una historia, nace la idea de aprovechar una pista y utilizar lo creativo para llegar a un punto final, aunque esto no signifique que estemos satisfechos con el resultado. No dudo que en el ámbito de la escultura pase lo mismo: “pude haber pulido mejor ese ángulo de la nariz”. “Creo que el ojo quedó desproporcionado”. Incluso, aunque parezca una obra perfecta, me atrevo a decir que tal vez Queirolo pudo haberse sentido insatisfecho con algunos detalles de El desengaño. Y no precisamente porque alguna parte de la pieza era inadecuada, sino porque, ante los ojos del artista, a veces es inevitable el pensamiento de inconformidad.
    El arte está para crear resultados: sea una obra buena o no, es una novedad en el mundo. También encontramos una propuesta de originalidad, y la historia —o el silencio— de quien está detrás.
    La ausencia de un detalle y las palabras omitidas también se quedan presentes en la obra. No son perceptibles por el espectador o el lector, pero sí por quien está tallando la pieza, y por la pieza misma. Entonces, ¿qué historias quedan fuera de nuestro alcance? ¿De qué tanto nos hemos perdido cuando observamos El desengaño?

    A la hora de apreciar una escultura, o de leer un libro, habrá que prestar una atención mayor a los procesos que surgieron antes de lo que tenemos frente a nosotros. Es cierto que no podemos acceder a la cronología específica del desarrollo de una obra, y tampoco hay una documentación de cada proceso. Pero siempre podremos investigar o imaginar. Pensándolo bien, a veces, podría ser más interesante ser espectador de la historia detrás de la obra, que la obra misma. Tal vez, esa es la razón por la que escarbamos en las biografías, en el contexto y en los detalles. Como si comenzáramos un proceso de desbaste para asimilar no solo el resultado, sino el principio del final.

    María Fernanda Ramos (Monterrey, 2000). Licenciada en Letras Hispánicas. Actualmente es becaria del Centro de Creación Literaria de la Casa Universitaria del Libro UANL. Fue parte de la Primera Generación del Taller de Poesía en la Facultad de Filosofía y Letras. Ganó el tercer lugar de poesía en el Certamen de Literatura Joven en 2019.

     


     

    María Fernanda Ramos (Monterrey, 2000). Licenciada en Letras Hispánicas. Actualmente es becaria del Centro de Creación Literaria de la Casa Universitaria del Libro UANL. Fue parte de la Primera Generación del Taller de Poesía en la Facultad de Filosofía y Letras. Ganó el tercer lugar de poesía en el Certamen de Literatura Joven en 2019. 

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