lunes, abril 29, 2024
    Trazos en la ruta de evacuación

    Carmen Carillo Sanmiguel

     

    El baño no baja y, cuando esto sucede, siento que todas las cosas que han parecido imposibles de realizar se proyectan en plano secuencia dentro de mis pensamientos, como si tuviera frente a mí el epítome de la imposibilidad. Y digo que todas las cosas porque me pasa muy seguido. A veces el tanque no se llena con la misma rapidez después de una descarga o de plano puede no tener agua. En el momento exacto en que mi baño no baja siento que hay algo ahogado dentro de mí. Una lucha contra lo que yo misma realicé. 

     

    Una vez el baño duró atorado un día y medio, por una parte sí estaba muy atascado y por otra no había agua para que todo fluyera. Mi día parecía normal, pero en cualquier momento me interrumpía la idea de tener algo pendiente, de intentar destaparlo otra vez. En general, la manera en que lo resuelvo es con ayuda de un destapacaños, un gancho, bicarbonato de sodio y vinagre. Aun cuando tenga esas herramientas, sin el agua no sería posible un adiós en forma de remolino a todo. Debido a esto he comenzado a apreciar los baños ajenos, los que se encuentran en lugares como centros comerciales. La mayoría de esos retretes son arte en cuanto a la potencia de eyección, se lo llevan todo en un instante. 

     

    Cuando logro destapar el baño de mi casa las cosas no finalizan ahí. Esta situación deja un tinte de vergüenza, una burla al recuerdo puesto que lo que estuvo ahí suele dejar marca. Como si un crayón hubiese sido utilizado sobre el lienzo en blanco en la cerámica de la taza. Para retirar las manchas utilizo cloro y un cepillo, los productos básicos para limpiar el baño un día cualquiera. La diferencia es que cuando se tapa el baño tallo con más fuerza, como si eso eliminara del plano existencial lo que acaba de ocurrir, tallo tan fuerte que he llegado a arrancar pedazos minúsculos del fondo.

     

    Mi baño tapado me permite tener una imagen concreta de mis problemas con el lenguaje, aunque no estoy muy segura de qué parte del lenguaje. Debe ser con la que me expreso, que me conforma de acuerdo con lo que he logrado conocer de él hasta este momento. 

    Y me refiero más a lo estancado, porque todos los factores que le rodean son reales, tanto en el lenguaje como en un baño atascado. La inconformidad, desesperación o enojo es lo único que me pertenece o me queda, soy yo quien se queda pasmada.

     

    No pretendo forzar el parecido que encuentro entre un baño tapado y el lenguaje en el que no confío: el mío. Sin embargo, la misma cosa que puedo sentir por mi inodoro me parece bastante familiar a cómo me sentí cuando sí dije lo que en verdad quería decir después de que me preguntaran acerca de cómo me visualizo en cinco años en una entrevista de trabajo; a cuando pienso en todos los abrazos que he evitado darle a mi hermana; a cuando dejé que mi compañero del trabajo se pasara de listo con sus deberes, sólo porque era muy amigo del jefe. Un arrepentimiento de lo sucedido, actos fallidos que se mantienen en la línea del titubeo. Siempre me quedo en un “no sé”: no sé cómo hacerlo, no sé qué es lo que sigue, no sé qué es lo que debo hacer o decir puntualmente para que las cosas vayan bien, no sé cómo maquillar el lenguaje para obtener el mejor resultado. 

     

    No creo en mis palabras, la estructura y el tono en que las uso. Las mido una y otra vez, sobre todo después de expresarlas. Hago lo mismo con las palabras de otras personas. Luego siento que el resultado que obtengo da a entender que en realidad no lo hago. Trato de aprender a mimetizarme, pues parte del lenguaje eso, pero creo que no me sale y me avergüenzo de cómo lo hago. Pregunto a los demás cómo logran resolver alguna situación para explicar y plantarse firmes. 

     

    En persona no sé mirar a los ojos y cuando escribo no quiero volver a leer lo que escribí. Por ejemplo, en este momento me he interrumpido y no sé si esto parece un ensayo. He leído a otros ensayistas y poetas que dudan de su escritura, o que al pasar el tiempo hacen cambios completos en segundas o terceras ediciones de sus textos. Sin embargo, aunque no tenga la certeza de esto, parece como si tuvieran una resolución de lo que escribieron. 

     

    Me pregunto cómo llegaron a la parte del proceso de creación en la que todo quedó finalmente. ¿Cómo llegaron a un lenguaje con moldeado propio? y ¿qué tanto les demoró?. También me pregunto si he repetido ideas o frases, esto a su vez lo veo como una respuesta, resuena en mí lo que otras dijeron y formo un diálogo. Por el momento pienso que solo sé escribir desde el recuerdo, pero ya otros han dicho que de ahí se conforma parte de lo que escriben. Me he dado cuenta que en ese no sé hacerlo puedo convocar un saber. Podría escribir para mí misma, no sé qué se le hace a la escritura cuando ya es leída por alguien más, pero hay algo que le pasa. 

     

    No sé si es normal sentir pudor al escribir, ¿qué pasa si todo resulta parecer autobiográfico o lo que llaman autoficción? Me da miedo que se sepa que yo fui quien tapó el baño. Preferiría rodear el lenguaje, no pronunciarlo y que nadie se entere. 

     


     

    Carmen Carillo Sanmiguel. Es egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANAL y becaria del Centro de Creación Literaria.

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