lunes, abril 29, 2024
    Varias vueltas

    Lupita Zavaleta Vega

     

     

    Varias vueltas

     

    ADUANA

    No hubo tráfico para llegar al aeropuerto. En el mostrador pesaron mis maletas y cada una resultó ser un kilo más ligera que el límite impuesto. El abordaje fue tan rápido que llegamos antes de lo esperado a mi primer destino. Hice la conexión con calma. Seguí los letreros hasta el tren que me llevaría a mi siguiente sala de espera. Ya en el segundo avión, las asistentes de vuelo me saludaron con un acento que casi me hacía sentir en casa. Al final del vuelo empecé a llenar la hoja migratoria y dudé antes de escribir mi país de residencia. En migración me formé del lado mexicano. Sellaron mi pasaporte. En aduana me salió la luz roja y revisaron mis maletas. Un soldado me preguntó si traía tanta ropa porque iba a venderla, respondí que no, que me estaba mudando de regreso. Afuera, junto a las puertas automáticas estaba parado mi padre. Lo saludé con la mano desde que lo vi. Me paré frente a él. Dije su nombre. No me reconoció. 

     

    AUTOFICCIÓN

    A la casa ya no le chirrían las puertas. Ya no le gotean las llaves del agua. Los grandes ventanales están rotos. Los únicos ruidos son los del fantasma, que se desliza entre la tubería, se enrosca en los picaportes, agita la madera del suelo. Su tristeza suena como un silbido largo, uno que nadie escucha. El fantasma ya no recuerda quién fue ni a quién le llora. Solo tiene una fotografía de sí mismo. Espera el día que alguien entre a la casa y vea caer frente a sí esa foto. Alguien vivo que pueda devolverle su nombre.

     

    HOTLINE

    Estoy en una playa que se me figura un cementerio de cangrejos. Es una imagen hecha de franjas, la franja del cielo, la franja del mar, la franja de la arena y la franja roja del cementerio de cangrejos. Van de un lado al otro de la playa. Para cruzarla tengo que concentrar bien mis pasos. Ella no va a poder llamarme. En la playa no hay cobertura y ese hecho está tan presente como la franja de cangrejos. Cavé un hoyo como cuando era niña y esperaba que las olas vinieran a llenarlo. El primer alivio se me escurrió entre la arena enlodada. Quiero caer completamente en mi cuerpo. Aquí están mis piernas, aquí está la arena que entra en mi traje de baño, la arena que me raspa. ¿Dónde está el miedo? A veces en el esternón. Punza. O se enreda entre costilla y costilla, me punza mientras se cose por dentro. No es un miedo grande porque no ocupa todo el espacio de mi cuerpo. Eso sí, me comprime los pensamientos, me los agolpa todos. Ella no va a poder llamarme y yo no quiero volver a la ciudad. Lo sé mientras el mar desliza arena entre mis pies. Lo sé mientras contemplo los matices de luz sobre el agua. Se vuelve un palimpsesto del resto de mi día. Mido el miedo en la cantidad de capas sobre las que se superpone.

     

    RETROSPECTIVA

    Ulu no había encontrado nada que le gustara de la ciudad a la que acababa de mudarse, hasta que le hablaron del museo. Decían que las exposiciones temporales, las transmisiones holográficas y las reconstrucciones inmersivas eran todas buenísimas. Cuando finalmente encontró tiempo para ir, el AI que la recibió le recomendó ver una retrospectiva de la influencia de la arquitectura en la pintura antigua. Entró a la sala y le faltó el aire. Las pinturas, tan viejas que aún se hacían sobre materiales frágiles como la tela, retrataban una ciudad idéntica a la que habitaba ahora. Como si todo ese lugar, y ahora ella misma, estuviera atrapado en un vacío de tiempo. Sin aire, sus pulmones se llenaron de angustia. Su pulsera de salud le inyectó un calmante, lo suficientemente fuerte para que olvidara las ganas de escapar que se le habían despertado. No funcionó.   

     

    HERENCIA

    Fue una semana difícil. El lunes me desperté temprano para hacer yoga, preparar el desayuno, llegar a tiempo a la junta de consejo editorial, acabar mis pendientes, y alcanzar a mi tía en su casa porque necesitaba que recogiera una caja. Dijo que eran cosas de mi madre y que si no me las entregaba ese día iba a tener que tirarlas. Al volver a casa la dejé en la esquina del armario junto a mi cama. Quería husmear el contenido, pero me distraje con más pendientes. Mandar correos. Sacar la cita para actualizar el pasaporte. Mandar mi declaración mensual al SAT, porque ya era el último día. Me quedé dormida y no pude revisar la caja.

    Al día siguiente, me desperté a esa hora de la madrugada en la que todo es gris. Enumeré mis pendientes del día, antes de estirarme y ponerme de costado. Mis manos salieron del borde de la cama. Sentí calor, unos dedos que no eran míos, un apretón en cada mano. Me moví hasta el otro extremo de la cama. De repente mi cuarto era pura oscuridad. Me levanté corriendo y llamé al primer número que me apareció en “Llamadas recientes”. Era el de mi tía. Mejor regrésame la caja, fue lo único que dijo. 

     

    CIUDAD

    Nunca volví al bar con la cortina de metal decorada de sirena. Lo remodelaron y quitaron la cortina. Eso o ni siquiera reconocí la calle. 

     

    FLASHBACK

    Era como un aire plastificado. Medio dulce pero artificial. Y transparente. Un poquito ácido. De cuando tenía cinco años y estaba agitando mis piernas entre las sábanas de mi cama. El olor venía de una botella de plástico llena de yogurt natural con plátano. Mi mamá cultivaba bacterias desde que yo era muy chiquita. Las de mi infancia se llamaban búlgaros. Pero ahora me llegaba de la nada. Del miedo a estar sola, a lo mejor. Inventado por mis ganas de encontrar algo familiar en la casa donde vivo. Eso y unas ganas de calor en los brazos.

     

    RUPTURA

    Estaba cansada. Me acababa de despedir de mi novia en la línea rosa del metro y no sabía bien si me había pedido un tiempo, si me estaba engañando, o si habíamos cortado. Ya iba en la línea verde, la memoria muscular me había transbordado sin darme cuenta. El tren salió de las profundidades de la tierra, apareció Ciudad Universitaria, junto con ese cambio de vegetación del sur de la ciudad. Cuando se abrieron las puertas no me moví. El tren emprendió su vuelta al norte. Yo también iba de regreso. 

     

    POLÍTICA DE DEVOLUCIONES

    Le dije a mi ginecóloga varias veces que estaba sintiendo cólicos demasiado intensos. En cada ocasión ella comprobó que mis ovarios se encontraran libres de quistes, revisó la posición del DIU hormonal que tenía, y me dijo que todo estaba en orden. Yo sospechaba que tenía algo que ver con el DIU, pero ella no me dijo nada, y yo pensé que, sin su consejo, no tenía sentido quitarlo y malgastar el dinero. Me convencí de que seguramente me dolía por otra razón, que no habíamos encontrado. 

    Pasó el tiempo. Llegué al consultorio para retirar el DIU cuando se cumplieron los tres años de duración, ya recostada en la camilla, ella me pidió que respirara hondo. Cuando salió de mi cuerpo, sentí como si mis músculos al fin se hubieran relajado. El ruido blanco de mi útero apretado contra sí mismo dejó de sonar. 

    A la semana, me desperté a media noche y vi tanta sangre que me espanté. Llamé a la ginecóloga de emergencia. Pareces adolescente, me dijo ella, es tu regla que ya regresó a la normalidad. Le contesté, ya tranquila, al menos ya no tengo cólicos. ¿Sí te dolía mucho?, ¿y por qué no me dijiste que te lo quitara?

     

    COMPRADORES COMPULSIVOS

    La cantidad de devoluciones que la empresa tuvo que procesar esos meses era insostenible. No daban las cuentas. Tuvieron que actualizar los implantes de sus clientes una vez más y anular la opción de “Compra automática”, que estaba conectada al hipotálamo y procesaba los deseos, incluso los inconscientes, como órdenes de compra. 

     

    RELECTURA

    Cargué por años con la cita: “Tengo miedo de quitarme todas las máscaras y que me descubras vacía”. Era parte de mi vida, me hacía llorar en las noches que me daba insomnio. Se la dije a gente que quise, pensé en tatuármela, la hablé en terapia. Ayer volví a leer el texto: no dice eso, ni de cerca. 

     

    MAMÁ

    Lo importante era cruzar el parque. Rápido. Más rápido. La bicicleta era pequeña, casi de niño, y aunque le dolían las piernas, no dejaba de pedalear. ¿Por qué se fue por ahí? Si ya conoce el otro camino, el que está bien iluminado. Aunque una de las subidas es mortal, pero mejor eso a este miedo, ¿o no? No había luna. Las luces del parque estaban apagadas. El río corría al lado suyo. Si algo le pasaba ahí, por tonta, porque se le hizo fácil, porque según por aquí era más rápido, su mamá la iba a regañar. Las luces de su bici se quedaron sin batería. ¿Cómo se encuentra el camino de regreso?

     


     

    Lupita Zavaleta Vega. (Oaxaca de Juárez, Oaxaca, 1997). Escribe narrativa inspirada en su lugar de origen. En el 2019 fue parte del International Writing Program’s Women’s Creative Mentorship Project. Obtuvo el Master in Fine Arts in Spanish Creative Writing por la Universidad de Iowa, donde además fue parte del consejo editorial y luego jefa de redacción de la revista Iowa literaria. Ha publicado en las revistas Este PaísTierra Adentro y Bayou Review; así como en la antología bilingüe Movimiento perpetuo Volumen III: Frontera (Iowa City, 2022). Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas.

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