miércoles, mayo 1, 2024
    Fragmentos de <i>Mamá, el campo</i>

    Lázaro Izael

     

     

    Mamá,
    el campo
    yo corría como si un perro enorme pudiera ser una jauría un perro enorme que rasgara una
    mandíbula que perseguía mis tobillos una ágil ensoñación una gacela diminuta como las cabras y
    esas crías de pezuñas no
    me ponía de pie cuando los perros me rodeaban y las paredes de
    madera parecían estar rasgadas desde arriba y el techo
    mamá,
    no había más que estrellas ciervos girando alrededor de mí
    me veían ofrecida como un retazo en la dentadura carroñera por encima
    y era yo
    un hondo pozo
    una noria inanimada
    un profundo estanque
    no había luz
    me ahogaba como se hunde el cobre
    hasta ser muy verde
    más intenso que tus ojos
    Mamá, el sueño no era mío
    como un tripulante miraba todo
    lo que se venía hacia ti
    como una pesadilla recurrente
    algo resonaba
    también tu corazón
    y no quería no
    no de esa forma
    y tú no podías despertar
    y el sueño
    siempre volverá a estar ahí
    […]
    tenías tú la edad que tengo ahora veinticuatro
    y no podías salir
    como a veces yo tampoco
    nos escuchabas andar por la escalera
    movernos también en la cocina
    espulgar dentro de nosotros

    también nuestras cabezas
    a dónde ibas
    cuando estábamos afuera
    y queríamos o no que regresaras
    qué hacer con dos criaturas creciendo al lado
    qué hacer con sus colmillos
    los dientes de leche
    con esta punzada
    que no me deja en paz
    sé del asco la repugnancia por deletrear en sílabas
    y responder por milésima vez la misma pregunta
    mamá, por qué
    y por qué
    mamá,
    por qué
    como si no bastaran sus bocas abiertas
    para interrogarme
    para qué mi lengua cediéndoles lugar
    esa distancia que yo tampoco reconozco
    no lo sé
    y hago fuegos artificiales con la luz
    explicándome a mí misma
    en qué momento los dejé entrar
    así
    por mi cuerpo suturado
    abriendo capas de mi piel su sangre
    mirarlos dormir
    y comprobar que aún respiran
    que siguen respirando
    miro sus dedos por el resquicio de la puerta
    sus murmullos y los ecos
    de sus pies
    una pequeña tos en sus gargantas
    la fiebre
    que los hará volver a mí

    por más que me niegue a cubrirlos
    con paños húmedos
    a dar de nuevo mi voz por lo que siempre me interrogan
    y no quiero traducirles más el mundo
    no el mío
    el que veo florecer emponzoñado
    que se eriza sobre mí
    no quiero dejarlos entrar
    no sus manos diminutas
    no sus ojos
    no mi cuerpo de res rendida
    no
    […]
    herrar las yeguas
    también las mulas
    herrar como el cuerpo se equivoca
    sin misericordia
    hundir la carne en el breñal
    en esa tolvanera que el viento prende fuego
    y todo fuego se ilumina como río que pasa
    así las bestias que se niegan a ser marcadas
    así las pezuñas hundidas
    así la crin oscura las cuatro patas amarradas
    para poder subir el peso de tu cuerpo
    para sostenerlo
    para cerrar la boca a pesar de los dientes que podrían
    morder la mano
    que a todos aquí da de comer
    Ana,
    llegaste al rancho de tus tíos
    a la casa grande de alcobas elevadas
    como yo al campo éste en el que entierro las uñas
    tratando de lavar tus ojos
    Ana, te escucho detrás de la puerta
    el gesto mudo de tus labios
    veo la manera en que muerdes la aureola de tus pechos
    hasta sacar la sangre
    la forma en que lavas en el río tu entrepierna

    tallándote
    como se talla
    la piedra
    como se talla una quemadura
    y tus cabellos recogidos
    el vientre tuyo abultado
    la infantil forma de tu cara
    y tus dientes
    que a pesar del tiempo aún
    uno de leche
    te hace ver más niña todavía
    Mamá,
    las puertas de la casa se desploman
    estoy junto a mi hermana
    y los dos
    somos como esos gazapos
    que encontraste detrás del calentador
    te lo digo no fui yo
    yo no pude
    tomar esas criaturas
    y ahogarlas en la tina
    y ella por más que tiene las manos
    de un tornado enfurecido
    no asfixió su boca
    su mohín triturador
    no, por más que su pelaje suavecito
    nos diera mucha risa
    no concentramos la vida de sus cuerpos en silencio
    esa manera de ignorarse
    en nuestras manos
    la vida en el puño
    lo que uno ama
    el golpe de sus cráneos
    abatidos por la piedra
    […]
    del tío aún recuerdo el olor de sus manos
    aquel vinagre de sus dedos
    como flores que se recogen en la sierra
    y tapó tu boca
    para que nadie más los escuchara

    por más que le temieras al final
    viste sus ojos como una lumbre extinta
    y te ciñó con fuerza
    parecía que fusionaba un cuerpo
    y tú agachaste tu cabeza entre la almohada
    como un fósforo que roba
    por un momento la lumbre a aquella oscuridad
    sentiste las paredes recargadas
    encima de tu altura
    como un tránsito de horas
    por encima de las piedras
    como montar a pelo
    te quedaste tiesa
    y no entendías qué era eso más allá que aún ardía
    eso que esa noche tú entregabas
    y que yo ahora
    no puedo hacer que se detenga
    mi hermana al fin está dormida
    pero yo me quedo despierto
    escuchándote
    fuiste por momentos la hembra de aquel macho cabrío
    dilatándote a sus ojos
    te abrías profundamente frágil
    como si las espinas te hubieran agarrado
    con sus ganchos
    la sutil capa de tu carne
    como si en medio de aquel terreno
    de esa bruna espesura fuera tierra firme
    a lo lejos
    tu sangre
    pompa escalorada
    de dorados perfiles
    herida abierta
    de tu sexo
    sangre
    que la tierra árida
    bebía como un púrpura de aurora
    mezclada al campo
    en su marrón oscuro

    era en fin que todo florecía
    un desierto hecho por ti
    de muchas flores
    las hierbas malas
    con sus pétalos mecidos por el aire
    las veías aplaudir
    […]
    qué es ese sonido
    que jadea en mi garganta
    esa respiración
    de hombres sucesivamente
    esa forma en que encubres
    el resquicio de la puerta con una manta
    que no protege del sonido
    […]
    pero cómo aclaro
    cómo desprendo
    de nuestro sueño
    el sonido maquinal
    que nos engendra
    cómo hago para no despertar
    para no querer mirar por debajo
    para dormir toda la noche
    Ana, el nombre
    ahoga a borbotones
    hace la naciente del ojito
    que todo esto distribuya
    que se alimente el ganado
    que se dé la cosecha
    Ana, el nombre
    concentra en sí los días ardientes
    la luna
    que es femenina
    tu pubis
    aún sin vello alguno
    y qué difícil es después volver a sentirlo así de suave

    Ana, el nombre
    como si llevara un estate quieta
    resguardada
    como si nadie viera ese ven
    y álzame tus ojos
    Ana, el nombre
    esa fauce
    una lumbre
    clara
    restregada
    en tu cuerpo
    como un baño de pirul
    así
    qué harás con él
    ahora peregrino
    qué cambia
    y cómo es que piensas olvidar
    que todo esto
    presentido
    está en tu carne

     

    Izael, L. (2023). Mamá, el campo. UANL, pp. 11, 13-16, 18-20, 23-25, 27-28.

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