domingo, abril 28, 2024
    Fragmento de <i>Agua de las verdes matas</i>

    Irma Sabina Sepúlveda

     

    Agua de las verdes matas tú me tumbas, 

    tú me matas, tú me haces andar a gatas…

     

    Ese día la gente no quiso comprarme la carne. Unas mujeres decían que era de cabra vieja, otras que de animal enfermo, otras que mi patrón era un chivo. No sé cuántas burlas y ascos me hicieron, el caso es que me cansé de andar cargando la canasta.

    Para que nadie me hablara, atravesé el arroyo seco y busqué una sombra de anacua. Mi padre siempre decía que por la reciedumbre de sus troncos y lo apretado del follaje, no había mejores sombras que las de la anacua. Por eso las buscaba.

    No tardé en encontrar una a la orilla del arroyo, pero antes de sentarme llevé la canasta y la acomodé arriba de una piedra que estaba debajo de un mezquite viejo. La tapé con mi camisa y puse encima el sombrero para que no se volara el trapo. Luego me vine a la anacua.

    Yo no quería beber. El patrón me la había sentenciado esa mañana: “Si te vuelvo a ver borracho y hablando en verso, despídete de la canasta, del jacal y de la comida”.

    Desde allí se divisaba la cantina de Chito. De seguro que a esa hora mi compadre Nicolás y el Mechas me esperaban. Pero yo no iba a ir. Primero era lo primero. No iba a quedarme en la calle por andar de borracho.

    Yo no quería beber. Las moscas verdes zumbaban como jicotes: con rabia alrededor de la canasta. Me acordé del difuntito Chavarría, aquel que mataron a piedrazos en el agostadero. Las moscas carniceras se tragaron sus carnes y le dejaron el esqueleto como uña de gavilán. Nomás por el sombrero supimos quién era.

    ¡Qué feo zumbaban las moscas!… Sentí una especie de agrura que se me clavó en la lengua. Sin querer, mi mano derecha fue a parar a la bolsa trasera del pantalón. Saqué mi topo de mezcal. Me hacía mucho bulto y no me dejaba sentarme tranquilo, por eso lo recargué en una piedra que estaba enfrentito.

    Yo no debía beber. Eso pensaba cuando pasó Melesio arriando unos burros cargados de leña y me pidió un trago. Se sentó en cuclillas y agarró la botella de su cuerna. Bebía tan sabroso que hasta me dieron ganas de arrebatársela, pero no era tan cobarde. Cuando me la devolvió la puse cerquita pero no la probé.

    Hablamos de muchas cosas, y entre plática y plática, me chupé un pedazo de quiote que me regaló. Tenía la garganta seca y eso me refrescó un poco. Dejé los bagazos como ixtles.

    Luego me preguntó por mis versos y no me hice del rogar. Con el gusto tan grande que se siente en estos casos, se los fui diciendo uno por uno, mientras él miraba al fondo del arroyo y echaba tragos. Cuando acabé, Melesio se arremangó el sombrero y me dijo muy serio:

    —Mira, Cleto, yo no sé por qué, pero tus versos ya no son los de antes. Parece que perdieron la tonada.

    Yo me quedé callado. Sus palabras me cayeron como una cuchillada. Un sudor helado me recorrió el cuerpo y en vez de respirar, sentí que algo me roncaba en el pecho. La vista se me nubló cuando agarré la botella.

    Estuve un rato recargado en la anacua con la vista en el suelo. Melesio arrió sus animales y se fue. No quise mirarlo de frente. El ruido que hacían los burros cuando resbalaban sobre las lajas grises del arroyo me retumbaba en la cabeza. Las moscas que devoraban las cecinas me zumbaban en las orejas y quise caerme… ¡Mis versos no tenían tonada!

    Agarré la botella con todas mis ganas y me prendí como becerro encalmado… ¡Qué me importaba el patrón!

    Para mí, que soy solo, mis versos son mis hijos. El patrón quería que dejara el mezcal para que perdieran la tonada, pero yo no iba a dejarme. 

    Me acabé la botella y luego saqué la anforita que escondía siempre entre las cecinas. Me la bebí toda y mis dolores se fueron.

    De lo que pasó después, no me acuerdo muy bien. Dice mi compadre Nicolás que me puse a gritar en medio de la plaza y que la gente se amontonó para oír mis versos.

    El patrón me corrió. Pero como desde ese día mis versos no han vuelto a perder la tonada, no me importa.

     

    Este cuento obtuvo la Flor Natural de los XI Juegos Florales de San Luis Potosí, S.L.P., celebrados el 16 de agosto de 1952.

     

    Sepúlveda, Irma Sabina. (2017). Agua de las verdes matas. Monterrey: Fondo Editorial de Nuevo León / UANL.

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