lunes, abril 29, 2024
    Selección de poemas de <i>Infinito día</i>, de Eduardo Langagne

    Eduardo Langagne

     

     

     

    Amigos que perdimos

     

    Amigos que ya perdimos decidieron
    que la vida debería tener olor a gas butano,
    clausuraron las rendijas por donde husmeaba el sol
    y tapiaron las ventanas de la próxima mañana.

    Otros pusieron en su cuello un colla de esparto,
    nudo cegado a mirar un nuevo día.

    O sintieron la angustia
    en el reflujo del agua que regresa al horizonte,
    o en las fórmulas salidas del matraz y el alambique
    de vidrio transparente
    que oscurece cualquier mueca del futuro.

    O hicieron detonar
    el espíritu de la pólvora inventada por los chinos
    para estallar un paladar que guardaba sinsabores.

    Hubo quienes volvieron hacia atrás
    en una encrucijada del camino
    sin saber que otro automotor
    se dirigía al mismo sitio.

    O en un trágico vuelo que los Wright o Lindbergh
    no imaginaron nunca,
    se perdieron en el medio de la Sierra Madre.

     

     

     

     

    Límites de la cordura

     

    El polvo químico
    determina el balance del mundo habitado,

    hace líneas
    que delimitan la cordura;

    el humo de la risa incontenible
    hace neblina la voluntad.

    Y hay agujas que van,
    que vienen y que van para marcar las venas,

    y las venias marcadas
    las reciben agudas, delgadas, penetrantes.

     

     

     

     

    Isela II

    Para Aníbal Angulo, fotógrafo de Isela Vega

     

    Mira de frente a Isela,
    con la humildad de quien comprende la belleza.
    La hermosura existe, cambia su rostro, se transforma,
    no es estática, inamovible: está viva.
    Luce en las cuatro estaciones;
    en todos los puntos cardinales tiene rumbo.
    La belleza es duradera, no se detiene nunca,
    nace, crece, deja que el tiempo pase.
    La belleza sabe que los años transcurren.
    Y si alguno conocer la belleza en sus distintas edades,
    tiene de ejemplo a Isela,
    satisfecha, plena, después de un largo andar.

     

     

     

     

    Tatoo

     

    Leí las letras pequeñitas del tatuaje en su espalda,
    olí la flor que adornaba su tobillo.

    Los nuevos días trajeron para ella otros tatuajes,
    otros miraron sus flores del tobillo,
    leyeron las letras pequeñitas de su espalda.

    Quedará en mi memoria el brillo de sus ojos:
    la luna era un tatuaje en sus pupilas.

     

     

     

     

    Persona

     

    No soy un heterónimo,
    ni pseudónimo
    o nom de plume.
    Ni invocación de la sesión espiritista
    o aparición fantasmal en sonido estereofónico.


    Logro saberlo todo sin ser conciencia de ninguno
    —conciencia: laberinto en las neuronas—.

    Puedo escribirlo sin ser divinidad
    —divinidad: luz inasible—.

    Puedo ser el que observa, el que conoce,
    el que sabe o cree que sabe lo que ha de suceder.

    Reúno líneas tomadas de papeles ambarinos,
    huéspedes del tiempo,
    ajados como la piel de la memoria,
    pálidos, cerúleos,
    extraídos de sobre que viajaron más que en sus remitentes,
    o extirpados de cartas que circularon más que sus firmantes;
    papeles que el correo detuvo, entretuvo, mantuvo
    en un rincón polvoso
    y luego repartió de mano en mano
    para llegar a un domicilio final
    conocido también como destino.

     

     

     

     

    Escritura

     

    Intentaremos reunir ciertas palabras
    que ya se han pronunciado en este idioma
    y en los dialectos infinitos
    de sus millones de habitantes.

    ¿Cómo encuentro la palabra que me falta
    para expresarla en estas páginas inciertas? 

    Empezaría diciéndole al poema
    que si quiere ir lejos le conviene
    seleccionar el viento más propicio,
    abrir las alas
    y celebrar su momento.

     

     

     

     

    Una fotografía

     

    Una fotografía no detiene el tiempo.

    Aprehendido el momento los segundos se acumulan,
    días y noches hacen amarillentas las impresiones,
    desgastan las cosas que aparecen en ellas.

    Jarrones quebrados, cortinas luidas,
    sillones rasgados por el vital impulso de los gatos.

    Una fotografía no detiene el tiempo.
    Fija un instante de la luz.
    Mata una por una a las personas que aparecen en ella.

     

     

     

     

    Otra fotografía

     

    Por lo que puede verse,
    el alma es invisible.

     

     

     

     

    Espacios del recuerdo

     

    La memoria se ensucia con lodosa flojedad.

    El silencio no alcanza a retener formas confusas,
    su ironía me lastima,
    los recuerdos enredan su argumento,
    esconden su intención.

    Un gato se pasea frente a ellos
    y los hace volver sobre sus pasos;

    no diré que los recuerdos
    pasaron por debajo de una escalera
    ni que las suaves garras del felino
    castigan la frente de quien los mezcla,

    si antes la memoria era mi mayo tesoro,
    confundo ahora sus elásticos pasos
    en el sonido que me lleva arrastrando
    por los días que pasaron y ya tengo borrados o difusos.

     

     

     

     

    Era Poe y never more

     

    Era un cuervo el que aleteaba aquella noche en mi penumbra.
    La pared movía las alas con el eco de ese cuervo.

    Al instante resonó entre mis costillas
    el poema que fue escrito en nuestro idioma
    una oscura y dura noche para Silvia en Bogotá.

    En su casa un negro cuervo fue el intruso tenebroso
    que con alas de malicia volvió sobra las paredes.

    Esas alas al batir provocaban resonancias:
    un sonido que era idéntico al crujir de los misterios.

    El poeta Silvia entonces, con el pecho palpitante,
    entre capas ominosas de negrura marchitó su corazón.

    Cuando escucho en sobresalto un nuevo ruido en las paredes
    sé que el cuervo nuevamente por aquí revolotea
    intentando hallar los huecos de la noche
    y buscando su salida.

     

     

     

     

    Trayecto

     

    Venimos de otros poemas.
    No se advierte sino el paso lento
    de las hormigas alrededor del frasco.

    Enfrente, en la pared desnuda
    se insinúa la argamasa que unió cada ladrillo
    horneado bajo tierra como el pan de la infancia.

     

     

     

     

    Apuntes

     

    *

    A los veinte no sabía que cumpliría sesenta,
    que encontraría olvidos en la pantalla
    y recuerdos en los libros.
    *

    Nadie rebaje a lágrima o reproche
    el amor que le tuve a esa mujer que leía a Borges
    en un sillón donde deje hechos polvo mis anhelos.
    *

    Los tropiezos constantes de la vida,
    piedras que permanecen en los caminos
    y acechan inconmovibles al tiempo
    aun  en los senderos más floridos.
    Al medio del camino había una piedra,
    nunca me olvidare de ese acontecimiento,
    dijo don Carlos, el itabirano.
    *

    Abro de nuevo un viejo libro:
    Mire los muros de la patria mía
    ahí encuentro el trozo de papel
    que coloque alguna vez para marcar la página.
    Los muros de la patria mía
    señalados por un papel amarillento.

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