domingo, mayo 5, 2024
    «El ambito del placer», de Coral Bracho

    El ámbito del placer

    La semilla es el núcleo del placer;
    es la pulida solidez que encarna el centro del ámbito del
    placer que la sabe,
    que la circunda con delicia

    (Su leve movimiento en lo íntimo, entre la pulpa inmóvil.)
    Lo sensible
    del núcleo del placer es, en un principio,
    su firmeza rugosa; la aferra, se anuda a ella.
    La semilla
    lo incita
    a que la recorra, a que la cubra
    con minucia; su contorno
    es el ámbito del placer que la acoge, que la precisa

    Se presionan, se buscan, con delicada lentitud. Paladean
    sus entornos.
    Aquí, las huellas tenues y breves de una gaviota que
    recorre la playa:
    es la extensa tesitura velar, a la que va puntuando con
    ternura. Surge el primer resplandor del agua. Es un jardín.

    Es una cima de amapolas, y la instantánea aparición
    estival del cazador de pájaros bajo el arco de piedra.
    Se van metiendo en el palacio.
    Van abriendo sus puertas.
    Ahora encienden, iluminan los cuartos a su amplitud;
    ahora los hilan, los circundan. La amplitud es el ámbito
    del placer en el auge de los henchido y jugoso,

    de lo bordeante compartido. Es lo miscible
    entre la pulpa codiciada, carnosa, del mango abierto ante
    la luz, y la semilla solar que enraiza en su molicie;
    es su alumbrada suculencia. Su olor
    en la emulsiva calidez salival de las fulguraciones entre
    las huellas, entre lo aunado súbito

    y el licor que lo sorprende, luego lo esquiva, luego lo va
    difuminando en refractadas ondulaciones, en dispersante
    transparencia sobre la arena.

    Resplandece de nuevo y es un topacio rezumante, es su
    sigilo. Ahora se esconde, ahora es el topo iridiscente
    sobre la piedra blanca,
    son sus huellas plomizas.
    –Marcan, de pronto, la puerta de cristal;
    traban de ahí su estanque: Agua

    para sitiar a la certeza; agua para bordearla.
    (Vemos el crótalo que espejea; imaginamos su pistilo. Es
    el castor luminiscente
    que lo cruza; se asoma: Son ya tucanes pequeñísimos, el
    vitral y sus colores limpios.)
    Aparece tras el destello el hurón el hurón pactante; traza una vaina
    sensitiva,
    traza el umbral, el rombo, frente al estanque. Reaparece
    metiéndose en esa piedra, encendiendo las matas.

    –De nuevo, la embriaguez liminal viene, lo acecha,
    lo va nombrando,
    lo va atrayendo,
    lo va meciendo en sus resinas, lo va aplazando:
    son sus festivas maduraciones; es su calor
    entre las huellas escarpadas.

    Aquí detienen la labial de una pausa. De aquí la fijan
    como una seda.

    Liban sus cadencias,

    las palpan.

    El pedernal y sus pulimentos. El mármol lúbrico, sus
    crecientes redondeadas; aquí se inflaman,
    aquí se abundan en descampada complicidad. Aquí
    pronuncian lo que recobran en volumen,
    en su adensada resonancia; la entornan: Son las planicies
    de lo entrañable voluptuoso, es su puntal;

    son los oleajes compactantes
    sobre la luz que los sostiene

    (Ante el olor reminiscente. En su flama suave.)
    Es la ebriedad sedosa de su velamen encendido
    como un tamiz a la guanábana entreabierta; como un vitral
    a su blancura deleitable y sutil
    Su complacencia cariciosa en verter, en ofrecerse. El peso
    tibio del durazno.

    Su suavidad.
    Se va mirando, se van hundiendo en lo sinuoso.

    Es el laúd nocturno en el boscaje fluorescente, es el zafiro
    oculto.

    Se van rodeando, van degustando los recodos, se van
    fundiendo,
    van abordando el linde,
    se van saboreando en los recodos, se van abriendo,
    se van hundiendo, van abordando. El vínculo, el placer
    en el roce;

    su leve movimiento.

     

    De Poesía reunida (1977-2023)

     

     

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