domingo, abril 28, 2024
    Amarilla dulzura y Metales lentos

    Estefanía Arista

     

    Amarilla dulzura

     

    ¡Día, redondo día,
    luminosa naranja de veinticuatro gajos
    todos atravesados por una misma y amarilla dulzura!
    ––Octavio Paz 

     

    Pequeñas telarañas se tejen
    entre las mitades de la naranja.
    Todo ese amor se convierte en filamentos.
    Mujer, abeja reina de imágenes,
    hay palabras que son nido que son miel
    que son veneno.
    Se borra el día,
    pasan las horas,
    como una breve mancha
    en tu rutina de manantial.

    Lo que acontece dentro
    de tu amarilla dulzura,
    lo que se gesta
    toma la forma de un bostezo en mis labios
    y el día,
    desbastado,
    se disuelve como gotas de jugo de mandarina
    en un vaso de agua.

    Vienes a darle forma
    a aquellas palabras que tienen su raíz
    y se escriben
    más allá del cansancio
    atravesado por la misma fábula
    de tu ternura.

    Si aquí
    el día
    nos fuera a devorar
    en una aparente necesidad de suspenso,
    si aquí el día nos fuera a preguntar en vano
    si hemos perdido futuro
    respondería que sí.
    Que se han debilitado las esquinas de los muebles
    y que,
    sin levantarme de la cama,
    pierdo futuro
    desprendiéndome de la tierra.

    La dulzura encarna en madera
    para arder en el aire.
    Tu cuerpo
    como una estría nueva en mi piel
    que me arrastra a recintos
    donde no tienen veneno las palabras.

    Y el amarillo en tu pecho
    es ya un nido de inquietos insectos.
    Los zumbidos.
    Las veinticuatro horas de una naranja
    dejando tras de sí
    el aroma del aguijón de abeja
    o el veneno de la telaraña.


    Si este amor,
    que puede ser amarillo y negro y cuchillo,
    también se ha debilitado
    que siga así,
    sin detener su derrame.
    Dulzura amarilla,
    entrégame sin asperezas
    esta mañana.

    Metales lentos

     

    Me regalaste un ramo de girasoles,
    metal amarillo,
    y en el florero no cabían de lo altos:
    una premonición
    —así lo entendí—
    de todo lo que se nos desbordaba de las manos,
    como el agua levantándose hasta el borde del jarrón,
    como el metal desgastándose desde el centro
    hasta las esquinas afiladas del pétalo,
    como escucharnos por horas
    sin poner atención.

    Y si tus gritos son el filo
    mi silencio es la interrupción del corte.
    Y si esta casa es un campo de minas
    todas explotan sin que las pisemos.

    Y si las estrellas son clavos en el cielo
    su metal es lento en descubrir
    quién de los dos ya ha muerto,
    allí arriba,
    en su constelación personal.

     

    Pero por ahora sobrevive tu regalo
    en un florero y su agua con hielos
    siendo la metáfora de extinción
    que me gustaría escribir un día
    en cualquier otro poema que no sea éste.

     

     


     

    Estefanía Arista. (Tijuana, 1995). Licenciada en Escritura y Literatura por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Fue becaria del Festival Cultural Interfaz en la categoría de poesía (Culiacán, 2018) y en ensayo (Real del Monte, 2018). Obra suya aparece en revistas digitales como Tierra Adentro, Este País, Periódico de Poesía, La Novicia, Punto en línea y en algunas antologías nacionales e internacionales. Fue residente de la decimoctava promoción de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en España, donde terminó de escribir su primer libro, Hipocampo (Dharma Books, 2021). Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en poesía.

    Artículos Relacionados