Ellos ya no vendrán

Yaroslabi Bañuelos

 

 

 

 

La amistad es mejor con los cuerpos que maúllan y ladran y trinan 

 

Mi mejor amigo se llama Oso 

yo le pregunto cosas y él me contesta con voz anaranjada, 

una voz que sólo se escucha en el sueño.

Oso es un perro negro y listo,

su ladrido conjura una constelación de pájaros y flores del verano,

sus patas ligeras siempre marchan al crepúsculo 

tras incendiarse los primeros astros.

Oso carga algunas garrapatas que mi tía ahoga 

en un frasco de vinagre,

devora huevos revueltos y tortillas,

le gusta apresurarse detrás de mi bicicleta roja 

y corremos juntos por la calle de tierra; 

nadie nos alcanza 

excepto el auto que arrastra a Oso 

hacia la otra orilla de la Vía Láctea. 

Mamá asegura que mi perro deambula por el barrio, 

tal vez huyó al cerro con los zorros y los coyotes, 

tal vez el dolor sea una estrella abatida 

que se perderá para siempre en los callejones de la infancia. 

Elijo creer para no sepultar el eco de un ladrido,

para no aceptar que mi único amigo le aúlla al abismo

más allá de Andrómeda,

más allá de nuestra minúscula galaxia.

 

Todos los crisantemos del mundo 

 

Hoy sepultamos a mi gato en una esquina del patio. Descubrimos su cuerpo amortajado por la luz de la mañana, no encontramos moscas ni sangre que cubriera el asfalto, pero su hocico ya era un pozo de hormigas coloradas y pinacates.

 Los ojos de mi gato —pequeñas tinajas verdes donde alguna vez palpitó el universo— se convirtieron en dos fantasmas que reclamaban la oscuridad. Nos inventamos el coraje y arrastramos su liviana sombra de tigre hasta el jardín de nuestras manos. 

Luego nacieron algunos inevitables precipicios: el llanto ígneo de las piedras, el sudor en las mejillas, la tierra seca entre los dedos, un soplo de agua nocturna sobre las raíces que alguna vez fueron maullidos. Después sólo relampagueó una herida fresca. Nos quedaron las flores mudas y el murmullo de lejanos eucaliptos. 

Enterramos a mi gato en un rincón del patio y de sus huesos azules brotaron todos los crisantemos del mundo. 

 


 

 

Yaroslabi Bañuelos. (La Paz, Baja California Sur, 1991), es autora de Inventario de las cosas perdidas y Otro agosto habita el aire. En 2021 obtuvo el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada. Ha sido ganadora de los Juegos Florales del Carnaval La Paz en las ediciones 2019 y 2023, en 2019 recibió el Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz y los XLVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino. Ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA 2016-2017 y del Programas Jóvenes Creadores del FONCA 2020-2021. También se ha desempeñado como tallerista de grupos de escritura terapéutica. Actualmente es becaria del PECDA BCS 2022. 

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