miércoles, octubre 9, 2024
    Poema de Ignacio González Cabello


    me lo dijo n veces
    entre la rabia y la culpa
    solo    estoy solo    y es recurrente:
    me levanto tras la caída     no por dignidad sino para ganar dinero
    un carrito lleno del supermercado es una victoria social
    el contrato de planta: un reto enorme que aún no domino
    dibujé edificios con fachadas a punto del desplome porque el firmamento se desquebrajó en la corteza de los árboles apunté las ocasiones en que equivoqué y en la técnica fueron aciertos dejaste en el río de la certeza tu conmoción finqué la historia de los cometas que son líneas asíntotas y te preocupaste por cómo te veías esa noche en el observatorio cuando la astronomía agonizó en los lirios la debilidad de tus palabras se volvió una balsa con huecos que se hundió y el río la vomitó el tiempo que dediqué para componer el tratado que habla sobre la imposibilidad se manchó de púrpura de un matiz que cubre la superficie de la Tierra entre asteroides y satélites que caducan sus nombres en medio de tu cobardía te fastidié con la reinvindicación del idilio que florece en el jardín que te asustó por la inmensidad de color y la textura de sus plantas cobijado por árboles frutales que negaste reposar a la sombra de un mástil corpulento que sacia la incertidumbre y estas palabras se ramificaron en colibríes que ascendieron al desdén y surcaron el cielo para eclipsar sus luminosos cuerpos
    no
    no pude
    frente a mí el cismo y la depredación
    y viene de nuevo:
      6 años
    sin habilidades sociales
    la maestra del preescolar no le agradé
    desde la ventana te extrañé         mamá
    y con nostalgia dibujé un sistema solar repleto de meteoros
    con dirección contra el lenguaje que nadie recogió los pedazos en el patio
          7 años
    la primaria: una navaja
    allí aprendí la paciencia en un rincón de los salones
    acampé a solas entre la miseria y la lástima de los demás
    la incertidumbre se tornó un bosque que caducó su follaje
    la niñez es cruel y aquí este incendio forestal es la verdad
    el patio trasero fue mi campo de astronomía
    esto: revolcarse entre el asfalto y contar las horas para salir del trabajo
    se tornó moda en los depresivos y los amantes desmenuzaron la zozobra
    lloré     sin saber por qué     miré dentro buscando una habitación lejos de mí
    pero rodeé una casa que dejó de llamarse como yo
    en medio de la aglomeración y la humedad
    perdóname

    agoté todo para mendigar las brasas de una llama que no sacia
    y te mantuve en un recuadro de la sala
    sí no pronuncié esta luz que abarca la periferia de la incertidumbre
    a los pies de una épica que se consume entre el silencio de las montañas y el vacío
    8 años
    tablas y operaciones
    memoricé los números que me sofocarían y afronté el estrés del cálculo
    sumé mis ineptitudes y resté los aciertos
    pero los convertí en animales de origami que después arderán en un zoológico
    agazapados por la estampida de la resignación
    multipliqué tu afecto en la desolada obligación de estar
    sí     de permanecer en un banco frente a un pizarrón rayado y escupido
    igual que el pecho de cualquiera

    a la expectativa de una calificación en mi trabajo
    me nombran recurso para confirmar que sólo somos cifras
    30 niños, una maestra y una habitación:
    el hastío y la rutina, fisuras en el porvenir
    la inteligencia sólo era un 10       no una isla de creatividad
    la decadencia hervía adentro
    tan adentro que volví un hueco al metal
    la desesperación se disfrazó de “tolerancia”
    y los cuadernos repletos de planas que desbordaron la insolación
    te cansaste y me cuestiono si lo sabía
    fui eso que amas y ahora soy lo que más te irrita
     9 años       
    aprendí que las personas se les juzga por su fealdad:
    una obra de arte arrumbada en el sótano y evaluada en millones
    esta fisionomía lisiada
    un trazo sin pulso que despierta opiniones y refugio
    permanece en pie para esparcir boronas en el restaurante que luce con descuido:
    la vida

    llegué tarde
    soy esto que está indefinido
    grata ventaja: descalifiqué lo que comprendí y lo que no asimilé lo embellecí
            10 años
    no supe cómo reaccionar ante la emoción
    a medida que se es adulto se desaprende
    el amor es un cerdo que acompaña a sus lechones hasta que el hombre los aparte
    aquí es una granja
    respiro mierda y en ella me envuelvo
    el dueño ara la tierra y los campos crecen a solas igual que los planetas
    quise ser astronauta y fui campeón de natación
    la muerte es una alberca
    larga                                                                                    si no se sabe nadar
    profunda          si conoces el atajo
    pero no baldía
            11 años       
    atrás
    todo el tiempo que socialicé fue atrás de mí
    oculto a espaldas del refrigerador para percibir la incandescencia
    en pedazos y con angustia
    pero abonando saldo para seguir en pie
    esa noche te fuiste Nube y no te abracé
    qué mediocridad!
    a mayúscula alegría le acompaña un abismo como herida sin cicatrizar
    lo más cierto fue la imprecisión
    y ensimismado en tu regazo temía tu ausencia

    35 años

    perdí      todo esfuerzo es inútil     con insistencia escribiste que fui una equivocación y te burlaste de la equivocación como enmienda pero tu pecho fue un barco varado a la orilla del océano y repleto de cadáveres que nombrabas recuerdos la mirada humana no coloca su enfoque en el fulgor porque gira su importancia en la inmundicia y la moldea de barro para reconocer que la existencia se define por estar a medias cada vez que la permanencia se aproxima al sujeto la rechaza gracias al agrado de la practicidad y lo efímero aunque al presenciar la serenidad se convierte en un alimento que confunde con armonía a lo lejos la inmovilidad de los gatos en la azotea traducen la plenitud espiritual pero despreciaste la plegaria que volvía de esmeralda y jade la palidez de las avenidas de la ciudad no estás y mantengo la calma al sujetar el papalote que sobrevuela la historia de la imposibilidad el rompecabezas que no logró ser armado humedeciéndose en el clóset como la esperanza humana y al final se volvió moho: verde espeso que figura un bosque que nos vuelve minúsculos para huir de los cazadores    lo que no somos pero termina por ser     que fijan su puntería en el eco de nuestros cuerpos maltrechos y amontonados de mutilaciones de las hazañas difíciles de finalizar es la narrativa del desapego rotunda mentira la premisa que la visita a la cima te responde la inseguridad que duerme dentro y que el río limpia la impureza que está adherida a la epidermis esta costra que ni la sal alivia estar aquí es testimonio del error y explota en diminutos fragmentos de afabilidad que se incrustan en el pecho después se transforman en gotas de misericordia terminó este fervor de escuchar el estruendo de las metalurgias y contemplar las luces de los autos que trazaron satélites brincando entre el asfalto y la soberbia así en la autodestrucción negaste la bondad del nacimiento de la idea la esencia que desde la ruina surge como arquitectura       ésta      la última noche que bailamos entre estroboscopios y pisamos la libreta con esta escritura que relata el ensayo final que se extinguió con los dinosaurios y los peces que no alcanzaron la pictografía en las cavernas

     


     

    Ignacio González Cabello. (Monterrey, 1987). es editor, corrector, traductor, diseñador instruccional y ex becario del Centro de Escritores (Conaculta-Conarte).

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