Selección de poemas de <i>Infinito día</i>, de Eduardo Langagne

Eduardo Langagne

 

 

 

Amigos que perdimos

 

Amigos que ya perdimos decidieron
que la vida debería tener olor a gas butano,
clausuraron las rendijas por donde husmeaba el sol
y tapiaron las ventanas de la próxima mañana.

Otros pusieron en su cuello un colla de esparto,
nudo cegado a mirar un nuevo día.

O sintieron la angustia
en el reflujo del agua que regresa al horizonte,
o en las fórmulas salidas del matraz y el alambique
de vidrio transparente
que oscurece cualquier mueca del futuro.

O hicieron detonar
el espíritu de la pólvora inventada por los chinos
para estallar un paladar que guardaba sinsabores.

Hubo quienes volvieron hacia atrás
en una encrucijada del camino
sin saber que otro automotor
se dirigía al mismo sitio.

O en un trágico vuelo que los Wright o Lindbergh
no imaginaron nunca,
se perdieron en el medio de la Sierra Madre.

 

 

 

 

Límites de la cordura

 

El polvo químico
determina el balance del mundo habitado,

hace líneas
que delimitan la cordura;

el humo de la risa incontenible
hace neblina la voluntad.

Y hay agujas que van,
que vienen y que van para marcar las venas,

y las venias marcadas
las reciben agudas, delgadas, penetrantes.

 

 

 

 

Isela II

Para Aníbal Angulo, fotógrafo de Isela Vega

 

Mira de frente a Isela,
con la humildad de quien comprende la belleza.
La hermosura existe, cambia su rostro, se transforma,
no es estática, inamovible: está viva.
Luce en las cuatro estaciones;
en todos los puntos cardinales tiene rumbo.
La belleza es duradera, no se detiene nunca,
nace, crece, deja que el tiempo pase.
La belleza sabe que los años transcurren.
Y si alguno conocer la belleza en sus distintas edades,
tiene de ejemplo a Isela,
satisfecha, plena, después de un largo andar.

 

 

 

 

Tatoo

 

Leí las letras pequeñitas del tatuaje en su espalda,
olí la flor que adornaba su tobillo.

Los nuevos días trajeron para ella otros tatuajes,
otros miraron sus flores del tobillo,
leyeron las letras pequeñitas de su espalda.

Quedará en mi memoria el brillo de sus ojos:
la luna era un tatuaje en sus pupilas.

 

 

 

 

Persona

 

No soy un heterónimo,
ni pseudónimo
o nom de plume.
Ni invocación de la sesión espiritista
o aparición fantasmal en sonido estereofónico.


Logro saberlo todo sin ser conciencia de ninguno
—conciencia: laberinto en las neuronas—.

Puedo escribirlo sin ser divinidad
—divinidad: luz inasible—.

Puedo ser el que observa, el que conoce,
el que sabe o cree que sabe lo que ha de suceder.

Reúno líneas tomadas de papeles ambarinos,
huéspedes del tiempo,
ajados como la piel de la memoria,
pálidos, cerúleos,
extraídos de sobre que viajaron más que en sus remitentes,
o extirpados de cartas que circularon más que sus firmantes;
papeles que el correo detuvo, entretuvo, mantuvo
en un rincón polvoso
y luego repartió de mano en mano
para llegar a un domicilio final
conocido también como destino.

 

 

 

 

Escritura

 

Intentaremos reunir ciertas palabras
que ya se han pronunciado en este idioma
y en los dialectos infinitos
de sus millones de habitantes.

¿Cómo encuentro la palabra que me falta
para expresarla en estas páginas inciertas? 

Empezaría diciéndole al poema
que si quiere ir lejos le conviene
seleccionar el viento más propicio,
abrir las alas
y celebrar su momento.

 

 

 

 

Una fotografía

 

Una fotografía no detiene el tiempo.

Aprehendido el momento los segundos se acumulan,
días y noches hacen amarillentas las impresiones,
desgastan las cosas que aparecen en ellas.

Jarrones quebrados, cortinas luidas,
sillones rasgados por el vital impulso de los gatos.

Una fotografía no detiene el tiempo.
Fija un instante de la luz.
Mata una por una a las personas que aparecen en ella.

 

 

 

 

Otra fotografía

 

Por lo que puede verse,
el alma es invisible.

 

 

 

 

Espacios del recuerdo

 

La memoria se ensucia con lodosa flojedad.

El silencio no alcanza a retener formas confusas,
su ironía me lastima,
los recuerdos enredan su argumento,
esconden su intención.

Un gato se pasea frente a ellos
y los hace volver sobre sus pasos;

no diré que los recuerdos
pasaron por debajo de una escalera
ni que las suaves garras del felino
castigan la frente de quien los mezcla,

si antes la memoria era mi mayo tesoro,
confundo ahora sus elásticos pasos
en el sonido que me lleva arrastrando
por los días que pasaron y ya tengo borrados o difusos.

 

 

 

 

Era Poe y never more

 

Era un cuervo el que aleteaba aquella noche en mi penumbra.
La pared movía las alas con el eco de ese cuervo.

Al instante resonó entre mis costillas
el poema que fue escrito en nuestro idioma
una oscura y dura noche para Silvia en Bogotá.

En su casa un negro cuervo fue el intruso tenebroso
que con alas de malicia volvió sobra las paredes.

Esas alas al batir provocaban resonancias:
un sonido que era idéntico al crujir de los misterios.

El poeta Silvia entonces, con el pecho palpitante,
entre capas ominosas de negrura marchitó su corazón.

Cuando escucho en sobresalto un nuevo ruido en las paredes
sé que el cuervo nuevamente por aquí revolotea
intentando hallar los huecos de la noche
y buscando su salida.

 

 

 

 

Trayecto

 

Venimos de otros poemas.
No se advierte sino el paso lento
de las hormigas alrededor del frasco.

Enfrente, en la pared desnuda
se insinúa la argamasa que unió cada ladrillo
horneado bajo tierra como el pan de la infancia.

 

 

 

 

Apuntes

 

*

A los veinte no sabía que cumpliría sesenta,
que encontraría olvidos en la pantalla
y recuerdos en los libros.
*

Nadie rebaje a lágrima o reproche
el amor que le tuve a esa mujer que leía a Borges
en un sillón donde deje hechos polvo mis anhelos.
*

Los tropiezos constantes de la vida,
piedras que permanecen en los caminos
y acechan inconmovibles al tiempo
aun  en los senderos más floridos.
Al medio del camino había una piedra,
nunca me olvidare de ese acontecimiento,
dijo don Carlos, el itabirano.
*

Abro de nuevo un viejo libro:
Mire los muros de la patria mía
ahí encuentro el trozo de papel
que coloque alguna vez para marcar la página.
Los muros de la patria mía
señalados por un papel amarillento.

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