Dos poemas de Yaroslabi Bañuelos

Yaroslabi Bañuelos

 

 

Hoy no quiero hablar de elefantes 

ni de libélulas atrapadas en la luz.

No quiero hablar de lluvias serenas 

ni de árboles que lloran cuando viene la noche.

No hablaré 

sobre la primavera y sus duendes

porque otra vez es ayer

y despierto en los brazos morenos de mi madre

y sé que algo quiere gritar la memoria.

De nuevo soy la niña 

que platicaba con los gatos y las hadas,

aquella que sólo podía hilvanar 

conversaciones con animales silvestres.

De nuevo soy aire,

entre mis ojos se arremolina el tiempo 

de un barrio veinte años menos lejano,

menos jodido

menos agonizante. 

 

Hoy no quiero hablar de nubes 

con forma de pájaros

o corceles de mar.

Es mil novecientos noventa y nueve,

delante de la casa primera 

camina alegre el fantasma de un viejo pescador

todos lo llaman El Negro,

su piel nocturna es agua abisal que se derrama

sobre la calle de tierra,

en su bicicleta carga con ternura 

sus canastos llenos de cangrejos, 

mojarras y otras canciones del océano.  

 

Junto a los gorriones del alba 

va pescando ángeles desde las colinas sedientas 

 

hasta la lengua azul de las playas, 

regresa cubierto por un manto de sal y peces  

y hace la señal de la Santa Cruz 

cada vez que a las manos de un cliente 

salta una cabrilla.

 

Otra vez es ayer

y no quiero hablar de largos veranos 

o de poemas donde germinan las malvas

porque en el recuerdo

descubro las estrellas abatidas de las mujeres

que trabajan en los mercados ambulantes,

las que se levantan

con el grito del gallo 

para fabricar un milagro de abejas y panes. 

Ellas dicen que son días vacíos,

y que pronto vendrán 

tiempos misericordiosos.

Sus tímidas siluetas no se mueven con júbilo,

esperan sombrías e inmóviles 

frente a sus puestos de flores 

o sus tendidos de ropa de segunda mano,

aguardan la llegada de una mañana bondadosa

que ilumine todas las espinas. 

 

A mitad del onírico silencio que se derrama 

una mujer susurra una oración 

a San Martín de Porres,

tiene fe en que venderá el árbol de aguacate  

el romero

la ruda 

las macetas de hoja santa 

pero los azahares lloran  

y el llanto se esparce 

como una transparencia del estío.  

 

¿Ya mencioné que esa mujer 

 es mi madre?

 

Hoy no quiero hablar de marmotas 

o versos coloreados por una tiza azul.

En las calles del barrio 

nada ha cambiado.

Otra vez es ayer y me encuentro 

con la misma chica triste de aquella tarde,

acurrucada y sudorosa

tiembla en el último asiento del autobús. 

Como una ninfa de los cementerios 

inhala el vaho escarlata de un esmalte para uñas,

los vecinos miran hacia las ventanas,

miran hacia el horizonte que refleja  

las flores del camposanto.

Nadie se percata del vapor y los diablos

que escapan de sus huesos de niña.

Nadie atrapa los delirios,

o los sueños donde ella siempre emigra 

hacia cielos despejados 

en las alas de golondrinas púrpuras 

porque su cuerpo tornasol se ha vuelto invisible.

 

Por última vez descanso 

sobre el pecho moreno de mi madre,

el barrio no luce menos jodido

menos sangrante,

menos lejano.

Aquí estamos de nuevo,

me susurran el viejo pescador,

la señora con sus flores,

la chica del autobús y sus aves.

 

Yo soy sólo la niña que hablaba 

con las cigarras y los sapos. 

Aquí estamos de nuevo

y las palabras no nos han salvado. 

 

 

 

 

 

Ancestros 

 

En las cicatrices del desierto hay un fuego débil 

el rastro de sombras desnudas y sus voces extintas: 

Las mujeres que pintaron de rojo los huesos de sus muertos,

los hombres que amortajaron el miedo en la piel de un tejón, 

los hechiceros de un clan subversivo como el fuego,

el eco de una lengua que trazaba crótalos y gatos salvajes,

palabras ya sólo pronunciadas por espectros. 

 

[Mientras salta una liebre 

los espíritus de la lluvia aún cantan palabras-relámpagos  

Anajicojondi

Chimbiká

Ibó

Tuparán 

Atemba 

Amadá-appí

Cucunumie

Temedágua

Uriurí].


 

 

Yaroslabi Bañuelos. (La Paz, Baja California Sur, 1991), es autora de Inventario de las cosas perdidas y Otro agosto habita el aire. En 2021 obtuvo el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada. Ha sido ganadora de los Juegos Florales del Carnaval La Paz en las ediciones 2019 y 2023, en 2019 recibió el Premio Estatal de Poesía Ciudad de La Paz y los XLVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino. Ha sido becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico PECDA 2016-2017 y del Programas Jóvenes Creadores del FONCA 2020-2021. También se ha desempeñado como tallerista de grupos de escritura terapéutica. Actualmente es becaria del PECDA BCS 2022. 

 

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