martes, octubre 15, 2024
    Sujetar o no

     

    Mercedes Luna Fuentes

     

     

    El vacío que deja un ser animal al emprender el vuelo es un vacío que se expande en los lugares donde los fantasmas de sus caricias viven y es otra forma de poseer lo habitado con la esencia de su retirada. En ciertos techos se dan variaciones de este prodigio: un nido de paloma. La certeza que les da a las aves el pertenecer al aire, las hace entretejer cada pieza que compone su cuna de una forma atrevida, la ausencia de lodo o sustancia que le dé solidez no existe. La fragilidad del receptáculo es y no. Parece que, la mayoría de las veces no está del todo terminado y, sin embargo, en él la nueva vida surge. Un nido de paloma con su arquitectura singular arriesga la fragilidad del cascarón que lo mora. Pese a esto desafía las probabilidades: se multiplican numerosamente, el análisis estadístico sin entraña o la restauración quejosa agregarán: “como una plaga”.

    Este tipo de nido es una promesa inusitada. Las palomas presienten que sobrevivirá a los vientos inyectados de furia que elevan y descompone. Intuyen que sobrevivirá a la lluvia que empapa el rostro de las horas donde pensamos — ¿en uñas varoniles extrañamente bellas y largas?—.

    Cada varita es arrancada por picos anhelantes de los machos en sitios tan lejanos al ave que los busca, o sobre tierra de un jardín cercano. La diversidad del color de los tallos varía, hay tonalidades oscuras que pudieran significar un indicio de firmeza. Tal vez, un día, la paloma se confunda y tome para la construcción de su nido lo que no debiera: un incaible para cabello. A ojos vista, en el resultado, existe un error en la selección de materiales. Aun así, el metal esbelto satisface al nido. La forma es la que ayuda. Sí. Esos dobleces irregulares —semejantes a las extensiones de arbustos pequeños— en una de sus partes lo hacen viable, ellos ocasionaron que el ave cayera en un engaño a sí misma.  

    El incaible que todos conocemos va en el cabello de la mujer para sujetar o acomodar en un sitio su lisa pesadez, su ondulación. Permite crear conceptos en las cabelleras. Las manos de las mujeres, al emplearlos, dialogan con ellos y con su melena. Al encajarlos conversan con el viento, con su siseo ardiente. Los cabellos finos escapan a esto, forman un marco para las volutas que se crean en la parte superior y permiten seguir con el trabajo, con la limpieza. O aseguran una apariencia elaborada para asistir a una celebración donde los espirales/sueños desafían a la gravedad. El incaible abona en el concepto de la obra que la mujer realizará. Esculpe y detalla. Si se prescinde de él, seguramente la cabellera hablará de otra forma con el viento, no importa sea corta o larga. La mujer así exhibe el reflejo de su visión, mas no alcanzamos a descifrarla en su magnitud, en su agraciada sencillez. 

    ¿Cómo es el deseo que se gesta en el plumaje y permanece en el viento? ¿Qué es lo que hace a la paloma o al ser humano continuar en la búsqueda de la no gravedad? ¿Qué es lo que permite arriesgarnos a caer desde las alturas por el deseo de sentir la brisa helada? ¿Cuándo decidimos encontrar en la levitación el material para construir los sueños? Y de ahí movernos atemporalmente de una corriente de aire a otra, entre la ardorosa y la fría.

    La equivocación, el error en la construcción de sueños es como intentar articular otro idioma sin dominarlo, ensayar ante la imagen del mensaje que es la misma para cualquier ser humano. Al creer en el intercambio, creemos en el valor de la comprensión, en la importancia de otros signos, de otras formas, de otros materiales. Quizá por eso la paloma tomó entre todas las varitas un incaible. Ahora mismo que escribo encuentro, posiblemente, la razón de la paloma. Asumí antes confusión. No fue así. Ella sabía lo que tomaba y lo incrustó en el nido. Con la sabiduría que le dan sus horas de vuelo, su diálogo con el pavimento, con las construcciones que fueron cambiando paulatinamente de elementos —primero arena, luego adobe, después ladrillo, y finalmente concreto o metal—, el sobrevolar frente a los cristales de los autos en marcha. Ella sin lugar a dudas nos conoce, nos lee. 

    Parafraseando a Immanuel Kant: si los pensamientos sin contenidos están vacíos y si las intuiciones sin conceptos caminan a ciegas, entonces ella posee un pensamiento heredado, sustentado con evidencias. Es decir, la búsqueda constante de elementos ideales que se adapten —en ocasiones distintos a la naturaleza y tomados de nuestro reino artificial—, para elaborar un nido. Posee una intuición valiosa para este concepto inestimable: garantizar la real solidez del espacio destinado a la nueva vida.

    Los cabellos, como los nidos, rodean lo frágil, rodean todo aquello que revolotea y no podemos tomar. Simbólicamente el cabello de la mujer, además de ser objeto de la contemplación, se busca para ser tocado o para enredar entre los dedos. Y en otros desafortunados minutos, se manipula para quitarle su valor al destinarlo a la sujeción no erótica, a la vil y desgastada dominación: se exhibe el cabello en otras latitudes y se da paso a la muerte; se desea esa cabellera en otras y al no obtenerla se busca su muerte, metafórica, a través de calumnias, o física a través del acto.

    Extrañamente salta ante mí este último verbo, es rescatado por el pico de una de las palomas quien me recuerda que ellas forman una relación de pareja hasta la muerte. Practican la monogamia. Tal vez por eso, por comprender el lenguaje de la libertad en el aire, de la libertad de elección, sus nidos son un reflejo; confían en la extraña asimetría de sus nidos; en la arrogancia de mostrarlos así, imperfectos. Ellas, acostumbradas desde hace siglos a nuestras edificaciones, el hecho de preferirlas en lugar de árboles de tronco robusto, me hace pensar en la osadía y riesgo al convivir con los seres humanos. por su instinto se exponen a la muerte posible de la que somos capaces de infringirles. Su naturaleza es garantizar la procreación de sus cuerpos dos veces al año si nadie les provee cuidado, y cuatro veces al año si viven en una casa o techo donde estén realmente seguras y protegidas. Es por eso por lo que asoman los nidos —figuras arabescas poco valoradas— sobre las cornisas o dinteles de las iglesias. ¿Quién se atreve a lanzar una piedra sobre ellas si representa un acto público? Ellas esperan nuestra generosidad en las plazas, en las calles, en los tejados de nuestras casas. Hay una cierta obstinación en las palomas para ubicar sus nidos sobre cemento o metal, la causa: la propia estructura las separa de una clase de amenaza. 

    Las palomas se saben amadas y odiadas, aprenden a sortear esa dicotomía. Imaginemos cómo serían nuestros recuerdos, los signos visuales, los registros fotográficos de las ciudades y pueblos sin ellas.

    El vuelo nace de la certeza vibrante que tejemos al fusionar lo celeste y lo terreno para dar vida. Este principio embriaga a nuestro ser animal al buscar una y otra vez esos espacios etéreos donde asir ojos y cuerpo. Preexiste un deleite al sumar a los elementos naturales un rasgo artificial propio de nuestras ansias; es entonces que disponemos de pequeños incaibles para fortalecer el nido donde reposarán incipientes ensayos del vuelo heredado, hasta que alcanza una altura tal que es acrobacia pura, magnífica y espiritual que pocas personas experimentan. El ser animal que sabe bien de lo que hablo, observa, acomoda su cuerpo en la silla y después de proferir una amenaza de vida, calla. Aguarda el momento para estar a solas, para preparar el eficiente mecanismo de dos palabras: libertad y pensamiento. Aguarda la hora de sus deseos, precisamente para encontrar ese incaible, ya sea tomado del alcorque de una avenida o caído del techo de su propia casa con una pluma pequeña adherida. De esta forma observa el fino metal entre sus dedos, piensa si asirá sus cabellos a la modulación etérea o si los liberará ante el signo escrito de la tierra. Con la decisión encarnada en las alturas, dispone a su masa sanguínea a la textura del vuelo: inicia.

     


     

    Mercedes Luna Fuentes. (México 1969). Ha participado en diversos suplementos culturales y festivales nacionales e internacionales. Es autora de yo/carnicero (Icocult, Conaculta, 2008), reeditado con traducción al árabe por el poeta Khalid Raissouni (IMC y ALDVS 2020); Elogio a la incomodidad (Colección Siglo XX Escritores Coahuilenses UADEC, 2011), el cual “se cuenta entre los libros más extraños, fuertes y fascinantes de la reciente poesía hispaonamericana”, según palabras del poeta Raúl Zurita. La mejor forma de usar un rifle (SEC-Conaculta, 2105) y La habitación higiénica, ganador del Premio Nacional Gilberto Owen 2017 (SEC, ISIC, Mantis Editores, 2019). Forma parte de Sombra roja, diecisiete poetas mexicanas (Vaso Roto 2016) representativa de la poesía contemporánea en México. Mereció la Presea Arte y Cultura 2017 otorgada el gobierno de su ciudad natal. Ha sido jefa de cultura y deporte a nivel federal, consejera cultural de Grupo Reforma. Su poesía ha sido llevada al teatro en Valencia España. Ha dirigido y producido programas en la radio cultural Libros de arena y coordinado la Feria Internacionales del Libro de su estado durante ocho años, y dirigió el programa de televisión educativa Tiempo de aprender. Ha impartido talleres de escritura para docentes culminando en publicación de libros. Dirigió un taller de creación literaria independiente Tinta Tomate durante más de ocho años. Radica en Saltillo, Coahuila. Recientemente fue incluida en el archivo sonoro Fonoteca Global de Poesía de España, presentó su último libro en el Instituto de México en España de la Embajada de México en España y representó a México en el Festival Internacional Voix Vives Toledo en 2013 y 2022. Colabora con medios con espacios culturales como Nexos, Este país, Milenio. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de México; asesora proyectos educativos y culturales; es docente federal y estatal; editora literaria independiente; trabaja en proyectos interdisciplinarios como SYNTEXTH (música electrónica y poesía), y el más reciente Tormenta de luz, con Alfredo De Stéfano y la Orquesta Filarmónica del desierto. Sus intereses son el arte interdisciplinario como factor positivo en la salud mental comunitaria.

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